No ha
bastado el transcurso de un siglo para nombrar con precisión a los primeros
pobladores de Cuba. Ciboney, guanahatabey y taíno, apelativos salidos de
supuestos etnónimos asentados en las crónicas generales de las Indias,
encabezan el inventario de denominaciones registradas a partir del estudio de
las sociedades humanas primigenias de la Isla.
“Han
surgido tantas nomenclaturas como generaciones de arqueólogos”, asegura Gerardo
Izquierdo, subdirector científico del Instituto Cubano de Antropología (ICAN).
“Algunas han echado raíces, pero no se ajustan a la realidad de las comunidades
que representan. Por ejemplo, el grupo que se clasifica como cazador-recolector
desarrollaba otras prácticas que no pueden encorsetarse en dichas
calificaciones”.
La
complejidad de un asunto cuya repercusión abarca el análisis de todas las
poblaciones que habitaron Cuba, entre tres mil y cuatro mil años antes del
presente, es estimada en toda su magnitud en el ámbito de la producción de
conocimientos histo-arqueológicos.
Pero la
determinación para el uso homogéneo de uno u otro de los más de diez esquemas de
periodización existentes parece improbable por el momento, a partir de
desacuerdos raigales que están latentes en la comunidad científica dedicada a
este tipo de investigaciones.
Una
propuesta presentada por el ICAN hace alrededor de seis años hizo que la vieja
discusión reverdeciera. La publicación de un trabajo sobre el tema en el diario
Juventud Rebelde incitó a que la Fundación Fernando Ortiz convocara a los
investigadores implicados a ofrecer sus puntos de vista en un seminario aportador
de diversidad de posiciones. La controversia no fue clausurada.
Pero,
¿cuál es la génesis de las discrepancias y qué impacto tiene la cuestión en el
mundo académico y de la enseñanza?
La carencia de una escuela propia
El
desenvolvimiento de la arqueología en Cuba ha estado condicionado por la
influencia de diferentes factores que no han permitido siempre la obtención del
mayor potencial de datos a partir de las excavaciones en los sitios, del
estudio de los materiales extraídos y del análisis más expedito.
“Durante
la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, las tradiciones europeas y
estadounidenses predominaron en la formación de los investigadores. Tal es el
caso de dos personalidades paradigmáticas de la antropología nacional: Fernando
Ortiz (1881-1969) y Luis Montané (1849-1936), fundador este último del museo
del mismo nombre en la Universidad de La Habana, donde se halla la génesis de toda
la investigación que estamos realizando ahora”, anota el doctor en Ciencias
Históricas Ulises M. González, a cargo del departamento de arqueología del
ICAN.
“Posteriormente,
las relaciones con instituciones científicas docentes de Estados Unidos
tuvieron un influjo determinante, hasta el punto de que hoy no es posible
discutir sin tomar en consideración los basamentos de una arqueología
culturalista, ajustada a clasificaciones que no trascienden el ordenamiento del
panorama ni se adentran en explicaciones de tipo social, porque su fin fue
catalogar en función de museos y colecciones particulares”.
Más
adelante, en la década de los años 70' explica González, estuvimos ausentes de
las discusiones con los grupos regionales que se dedicaron a la Arqueología Social
Latinoamericana, centrada en una interpretación divergente de la teoría
marxista en torno a las formaciones económico-sociales.
“Así, en
nuestra comprensión del registro arqueológico para la reconstrucción histórica
de la etapa precolombina han primado los enfoques positivistas y unilineales.
Sin embargo, los esquemas de periodización no son ingenuos; cada etiqueta que
se le ponga a una sociedad viene dada por una amalgama de conocimientos,
influencias, teorías políticas y sociales, y del dato científico con que se
cuente.
“Esa es
una razón sustantiva para que lleguemos a un consenso en este asunto y tengamos
un esquema de periodización del que todos seamos partícipes. Pienso que no hay
conciencia de lo que eso significa, porque un elemento medular del problema
radica en que el país carece de una escuela de arqueología. La mayoría de los
que practicamos el oficio hemos tenido una formación profesional en historia,
biología, pero casi ninguno es arqueólogo de base. Solo a través de postgrados
hemos podido adiestrarnos en esa ciencia”, enfatiza.
Centrado
en la investigación de la etapa precolombina desde hace años, y en su condición
de coautor, junto con Gerardo Izquierdo y Enrique Alonso, de la propuesta de
nomenclatura presentada por el ICAN en el 2007, González identifica como otro
de los elementos condicionantes del desempeño arqueológico en el país el hecho
de que, con frecuencia, no sea contrastado el registro arqueológico con el
histórico.
Por su
parte, Roger Arrascaeta, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del
Historiador de La Habana, pondera la importancia de las técnicas de excavación
en el empeño de sacar verdadero provecho de la información que proporcionan los
yacimientos.
“Conscientes
de que los sitios pueden llevar años de trabajo, es muy importante realizar la
excavación a partir de un estudio detallado de la estratigrafía natural del
lugar y no por niveles establecidos de forma artificial”.
Este
arqueólogo, que pasa la mayor parte del año en el trabajo de campo, unas veces
en los subsuelos de La Habana Vieja y otras en sitios aborígenes, reconoce que
identificar los perfiles de las tumbas en los yacimientos funerarios anteriores
a la llegada de Colón muchas veces resulta complicado.
Sin
embargo —subraya—, es fundamental para entender la sucesión de los
enterramientos, tanto a nivel de cronología relativa (los estratos que están por
debajo son más antiguos que aquellos que están por encima), como de cronología
absoluta (fechado a través de distintas técnicas). “Otro asunto es que se
dividan las unidades estratigráficas en capas más finas para resolver problemas
de cronología relativa como estrategia vinculada al refinamiento del método”.
A la
perspectiva de Arrascaeta, González añade uno de los problemas más candentes de
la arqueología cubana: el de la cronología absoluta “Primero, porque tenemos
muy pocos fechados radiocarbónicos, que son los que dan la idea de la
existencia de estas sociedades en el tiempo. Luego, la mayoría de ellos están
realizados sobre maderas carbonizadas de los sitios arqueológicos, un
procedimiento que no es totalmente confiable. Afortunadamente, en algunos yacimientos
del país han podido hacerse fechados en huesos humanos”.
¿Agricultores o tribales?
Pasados
20 años de la presentación de Estructura para las comunidades aborígenes de
Cuba, de José M. Guarch, surgió la última de las propuestas de nomenclatura y
periodización existentes para los primeros habitantes del archipiélago: la
definida en el ICAN y enfocada a la realización del texto Las comunidades aborígenes
en la historia de Cuba (Premio Academia 2012), un compendio de resultados de 15
años de trabajo. ¿Sus objetivos?: “Salvar una carencia extrema de actualización
en el pensamiento arqueológico en el país y superar las limitaciones presentes
en las formulaciones anteriores”, precisa Gerardo Izquierdo.
“A
diferencia de Guarch, que se basó en una formación económico-social (FES), propusimos
dos, fundamentadas en los modos en que los aborígenes desarrollaban sus
actividades económicas. La pretribal, que representa a los apropiadores del
producto que la naturaleza ofrece y practicantes de una agricultura incipiente,
y la tribal, encarnada por quienes llevaban a cabo la producción con el fin de
incrementar y facilitar la apropiación mediante herramientas más sofisticadas.
“Ello
significó establecer una ruptura con el esquema proveniente de la escuela rusa,
apoyado en la concepción de una sola FES correspondiente con la comunidad
primitiva”. “Y no es que tengamos toda la razón; este proyecto puede ser objeto
de nuevos análisis, asegura Ulises González. Pero, es posible constatar en el
registro arqueológico que la interacción que uno y otro grupo establecen con
los medios fundamentales de producción es muy diferente. El vínculo que los
tribales ejercen con la tierra intensifica la actividad económica sobre la base
de una ocupación efectiva del territorio, mientras que los pretribales aún
tienen un gran espacio para explotar sin presiones demográficas de otras comunidades”.
— Entonces, ¿cuál es la esencia de los
desacuerdos de cara a esta propuesta?
— Que es
muy arriesgado establecer la existencia de dos FES en la historia antigua de
Cuba, si tenemos en consideración que todavía el dato arqueológico es muy
endeble para que puedan vislumbrarse las relaciones de propiedad efectiva entre
el hombre y el territorio que explota. Hay quienes no compartenla distribución
de fases (estadío temprano, medio y tardío) para los apropiadores pretribales.
También ha sido muy criticado que, aun habiendo acudido al basamento teórico de
la Arqueología Social Latinoamericana, no utilizamos coherentemente su análisis
tricategorial.
Una
mirada a las opiniones publicadas en la revista Catauro en el año 2009, a raíz
de la celebración del mencionado seminario convocado por la Fundación Fernando
Ortiz, subraya la multiplicidad de aristas que tiene el asunto.
Para
Daniel Torres Etayo, del Centro Nacional de Conservación, Restauración y
Museología, es “innecesario utilizar el concepto de etapa si ya estamos empleando
el de formación económico-social, y menos después de haber entendido, al fin,
que la llamada comunidad primitiva no puede ser concebida como una sola FES,
como un único modo de producción; esto es ya un paso de avance para nuestra arqueología”.
El
investigador del ICAN Pedro Pablo Godo acentúa que la propuesta de sus colegas
“enfatiza en el factor económico, en tanto la cultura se reduce a tres estadíos
en los apropiadores y en un bloque para los productores sin alguna distinción,
ni propuesta teórica de continuidad para el tratamiento del problema”.
Además,
añade que aún resta meditar sobre el destierro definitivo de los
guanahatabeyes, siboneyes y tainos; nominativos que el pueblo ha tejido en su imaginario.
En ese
sentido, Joao Gabriel Martínez, del Museo Montané, refiere que aunque coincide
con aspectos de la propuesta realizada por los autores, no cree que el problema
radique en realizar un cambio nomenclatural a partir de las FES: “sería más
eficiente la redefinición del marco cognoscitivo de estas sociedades manteniendo
las clasificaciones ya conocidas, específicamente las de Ciboneyes y Taínos, lo
que no afecta en absoluto los elementos que caracterizan a estos grupos desde
el punto de vista propuesto”.
Las
perspectivas del debate suscitado en aquella ocasión son inabarcables en este
trabajo. De hecho, a la luz de nuevos conocimientos y largas reflexiones, Ulises
González asegura que si se viera ante la disyuntiva de hacer otra periodización
cambiaría parte de la que realizó de conjunto con sus colegas en el año 2007.
Asimismo,
la diversidad de bases teóricas y denominaciones sobre las que se desarrollan
los trabajos científicos es constatable en el quehacer de los investigadores
inmersos en este campo de estudio en Cuba. Cada cual utiliza los calificativos
que estima.
Por
ejemplo, el Censo Arqueológico Aborigen, presentado por el ICAN hace alrededor
de un año, fue concebido bajo las denominaciones preagroalfarero, protoagricultores
y agricultores.
La enseñanza y el aprendizaje en
el proceso científico
Otro
acápite del tema es el relacionado con el vacío existente en nuestra sociedad
entre el conocimiento científico alcanzado, sus procesos evolutivos y la
percepción pública de un tema que interesa la raíz primaria de nuestra
identidad.
Las
escasas horas de clases que sobre la historia antigua reciben los estudiantes
de la enseñanza básica brindan una visión de las sociedades aborígenes “superada
con creces hace más de 30 años”, asegura Ulises González. Además, son utilizadas
las denominaciones recolectores-cazadores- pescadores y
agricultores-ceramistas, en disonancia con el lenguaje más recurrente en los medios
de comunicación, donde con mayor frecuencia son usados los términos siboney y
taíno y cazadores-recolectores y productores.
“En los
libros de texto la historia está simplificada en dos grupos fundamentalmente:
los que no tenían cerámica y no cultivaban y los que tenían cerámica y
cultivaban. Y no es así, los matices son muy grandes. Había una gran diversidad
cultural y eso está mal tratado".
Interrogada
acerca de la conducta a seguir por el Ministerio de Educación para solventar
tales incoherencias, Miriam Egea, jefa del Departamento de Marxismo-Leninismo e
Historia, y máster en Didáctica de las Humanidades, aseguró que durante el
curso recién concluido se dieron los primeros pasos para un proceso de
perfeccionamiento en todo el sistema.
“Sin
prisa, pero sin pausa” —insistió—, irán atemperándose los contenidos de cara a
una futura actualización de los planes y programas de estudio y de los libros
de texto, “escritos hace más de 20 años”.
“No es
una carrera de tiempo. La Academia de la Historia de Cuba, presidida por el
doctor Eduardo Torres Cueva, está realizando un estudio minucioso de los
programas de la enseñanza básica, luego de haberlo hecho con los del nivel
medio superior. Al mismo tiempo, nosotros, como comisión de asignatura, hemos
dado la oportunidad de que maestros de escuelas de todo el país opinen acerca
de los programas que existen hoy. También estamos trabajando con especialistas
del Instituto de Historia de Cuba. El contacto con el ICAN se ha centrado en
las intercambios con José Jiménez Santander y el proyecto investigativo que
encabeza: Censo Arqueológico Aborigen de la República de Cuba”.
Gerardo
Izquierdo, en su condición de subdirector del ICAN, asegura haber hecho
múltiples gestiones con el Ministerio de Educación para dar a conocer
resultados científicos de gran provecho en la actualización de los contenidos
curriculares, pero “la recepción de nuestro ofrecimiento ha sido muy pobre.
Pienso que se deba a que la desactualización de los conocimientos en este campo
de la historia afecta a muchos decisores y por eso nos excluyen”.
La falta
de un entendimiento entre los entes científicos del país y con los de la región
antillana, así como la insuficiente comprensión del tema aborigen en la esfera
educativa y pública en general, ha conducido a una pluralidad nominativa y
conceptual que trasciende a la sociedad. Prevalece así una confusión que deja
abierto… por inventario el tema aborigen en la historia de Cuba.
Nomenclaturas existentes
encabezadas por la propuesta por el ICAN
Apropiadores
tempranos.
Comenzaron
a ser identificados por los investigadores a mediados del pasado siglo. Fueron
denominados: Paleolíticos, Complejo Seboruco-Mordán, Protoarcaicos, Paleoarcaicos,
Paleoindios, Comunidades Preagroalfareras con Tradiciones Paleolíticas y
Cazadores de la Variante Cultural Seboruco.
Apropiadores
medios.
Nombrados
desde principios del siglo XVI como Guanahatabeyes, Siboneyes, Ciboneyes, Auanabeyes,
Complejo 1 y Complejo II, Cavernícolas, Preagroalfareros, Aspectos Guayabo
Blanco y Cayo Redondo de la Fase Ciboney, Variantes Culturales Guanahacabibes y
Guacanayabo de la Fase Pescadores-Recolectores, Arcaicos, Mesolíticos,
Mesoindios
y Comunidades con Tradiciones Mesolíticas.
Apropiadores
tardíos.
También identificados por los investigadores en la segunda mitad del
siglo XX como Grupo Cultural Mayarí, Formativo, Protoagrícola y Fase
Protoagricultores, integrada esta por las Variantes Culturales Canímar y
Mayarí.
Productores
Participantes
del encuentro entre dos mundos iniciado en 1492 y continuado con la
colonización hispana del Archipiélago a partir de 1510. Fueron denominados primero
como Indios de la Misma Isla, y después Taínos, Complejo III, Taínos y
Subtaínos, Agroalfareros, Fase Agricultores de la Etapa de la Economía Productora, integrada
por las Variantes Culturales Damajayabo, Baní, Jagua, Cunagua, Bayamo y Maisí.
Artículo publicado en la revista Juventud Técnica, septiembre-octubre de 2014)
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