sábado, 22 de diciembre de 2012

Centenario de Julio Le Riverend


El maestro de los historiadores
Julio Le Riverend. Obra pictórica del artista Orlando Yanes.



Por Flor de Paz

Cercano al día que marca su nacimiento, acaecido el 22 de diciembre de 1912, la Sociedad Económica de Amigos del País dio abrigo a una jornada de evocación a Julio Le Riverend Brusone, a su obra científica, docente y humana, plasmada en una buena parte de los libros de historia cubana del último medio siglo.

Para honrar su legado, justo en la fecha de su centenario, como venida del tiempo, la voz del investigador se hizo escuchar en la vieja sala de reuniones del recinto que también es sede del Instituto de Literatura y Lingüística. La grabación de una entrevista que concediera en México, en 1992, a propósito de los 500 años del descubrimiento de América, devolvía a los asistentes el recuerdo y actualidad del pensamiento del intelectual cubano.

Durante el desarrollo de un panel encabezado por Rolando García, autor de títulos como Cien figuras de la ciencia en Cuba; las doctoras Ana Cairo, Berta Álvarez y Zoila Lapique, narraron episodios de sus vivencias con Julio Le Riverend, quien con justicia es identificado como el maestro de los historiadores cubanos.

Ana Cairo lo remembró como uno de los promotores de la novela histórica en Cuba. “Era un hombre de mediaciones, capaz de ocuparse de la historia económica y también de la historia de las mentalidades”, dijo.

La investigadora recreó asimismo el enjundioso entorno en el que se desarrolló el científico, quien consideró como sus grandes maestros a Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), historiador de La Habana desde 1935, y a Fernando Ortiz (1881-1969), estudioso de las raíces histórico-culturales cubanas. “En Carpentier, Le Riverend vio uno de los caminos para entender la historia de América”, sentenció.

Como una gran deudora de Julio, por todo cuanto a su juicio tiene que agradecerle en su formación, la doctora Berta Álvarez identificó en esta figura de la intelectualidad cubana al director del Archivo Nacional y miembro fundador de la Academia de Ciencias de Cuba, que dotado de sencillez y jovialidad buscaba espacio para atender a los jóvenes profesores de historia que en la década de los años 60 del pasado siglo compartían su tiempo entre la Universidad de La Habana, la Biblioteca y el Archivo.



A partir de 1962, y durante una década, Le Riverend fue el director del Archivo Nacional de Cuba y del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Cuba.
 “El ambiente en este Archivo era entonces excepcional. Allí entrábamos en contacto con documentos originales, a partir de los cuales desarrollamos nuestra labor investigativa y docente. En ese entorno estaban también los historiadores más famosos de nuestro país como Ramiro Guerra y José Luciano Franco. Luego, el Archivo se enriqueció aún más con la presencia de los académicos procedentes del campo socialista, quienes con su talento e integración a nuestro contexto establecieron estimables relaciones de intercambio y una producción científica que debe conocerse”.

La doctora Álvarez, resaltó también valores paradigmáticos en la obra de Le Riverend al citar textos del autor como La Habana: Biografía de una provincia, “de una amplia fundamentación desde el punto de vista historiográfico y provista de una interesante propuesta de periodización”.

Por su parte, Zoila Lapique evocó ante los asistentes sus recuerdos acerca de los estrechos y engrandecedores vínculos que desde la adolescencia mantuvo con la familia Le Riverend.

Desde el público, el profesor e investigador José Antonio Rodríguez, reconoció la magnitud de los aportes de Le Riverend en el ámbito docente, pues “bajo su dirección fueron publicados once tomos de historia universal para la Escuela de Formación de Maestros, además de los seis volúmenes de Historia de Cuba a los que casi todos hemos acudido alguna vez”.

Rodríguez subrayó igualmente lo novedoso para su época de los recursos didácticos utilizados en estos textos. “No solo en cuanto al uso de láminas e imágenes ilustrativas, sino también en relación a llamados como los Recuerdas que…y la diversidad tipográfica puesta en función del interés que debían despertar los contenidos textuales”.

El investigador también refirió que la historia escrita por Le Riverend tiene la singularidad de entretejer los vínculos existentes entre procesos históricos, elementos sociales y desarrollo cultural. “De tal magnitud ha de ser entonces nuestro agradecimiento a esta gran figura de ciencia nacional, porque su obra ha sido escuela de escuelas”.

Una muestra de documentos originales, fotografías y buena parte de los libros publicados por el autor, ubicados en las vitrinas de la institución, completaron la jornada de celebración del centenario del maestro.

http://www.juventudtecnica.cu/Juventud%20T/2012/eventos/paginas/Le%20Riverend.html

 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Sediba: ¿Australopithecus u Homo?











Descubierto en 2008 en Malapa, Sudáfrica, Australopithecus sediba ha sido presentado como el más competente ancestro directo del primer Homo. Estudios publicados en la revista Science, a partir de las investigaciones realizadas en los fósiles de la nueva especie, reaniman controversias acerca del origen de la humanidad moderna (Ilustración: Mauricio Antón, Periódico de Atapuerca).

Por Flor de Paz


La diversidad de restos óseos encontrados en el transcurso de la última centuria enriquece el conocimiento sobre la complejidad del origen humano. Una galería de géneros y especies conforman el actual árbol de la evolución, cuyas ramas y hojas se baten al compás de los descubrimientos arqueopaleontológicos y de las controversias científicas que generan los nuevos estudios.

El reciente hallazgo de Australopithecus sediba (fuente, en la lengua sesotho de los bantúes), más enigmático que esclarecedor de los intervalos desiertos en el puzzle evolutivo, revoluciona nociones consensuadas por una buena parte de la comunidad científica.

Su existencia, hace cerca de dos millones de años, sitúa al espécimen en un período definitorio del origen de la humanidad: el nacimiento de nuestro género, que durante mucho tiempo ha constituido una gran incógnita.

Para Lee Berger, “progenitor” del homínido de Malapa, "las varias características avanzadas descubiertas en el cerebro y el cuerpo de sediba, junto con la fecha más temprana, lo convierten posiblemente el mejor candidato a ancestro del género Homo, mucho más que descubrimientos previos, tales como Homo habilis", según un comunicado de prensa de Eurekalert, sitio web de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS).

Entre las semejanzas del novel australopiteco con los Homo, el investigador norteamericano y un equipo internacional de científicos, creado para participar en los estudios practicados a dos de los esqueletos hallados en 2008, “han acentuado ciertas peculiaridades de la pelvis de la nueva especie, relacionadas con una bipedestación más eficiente, si bien sus brazos siguen siendo relativamente largos”, según publica el Periódico de Atapuerca.

La fuente añade que “el estudio de los fósiles mostró mayor parecido con los restos de Australopithecus africanus, casi un millón de años más viejos, que con los casi contemporáneos de Paranthropus y Homo. Esta similitud movió a los investigadores a incluirlos en el género Australopithecus, pero dentro de otra especie creada para la ocasión”.

Manufactureros

Cinco artículos publicados en Science, en septiembre de 2011, destacan los principales resultados obtenidos en las investigaciones de los fósiles de Australopithecus sediba: “un cerebro avanzado, pero pequeño; una mano muy evolucionada con el pulgar largo; una pelvis muy moderna y un pie y tobillo con formas nunca vistas antes en un homínido”.

Tracy L. Kivell, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, de Leipzig, Alemania, y uno de los participantes en el estudio, apuesta por la capacidad del homínido de Malapa para fabricar herramientas. El científico fundamenta su hipótesis en el largo pulgar y los otros dedos cortos de la mano de sediba, “un signo de asimiento de precisión”.

Pero esta deducción del equipo de Berger contrasta con la falta de evidencias acerca de que las herramientas más antiguas conocidas en África (llegan hasta los 2,7 millones de años) hayan sido necesariamente fabricadas por australopitecos.

Otros datos divulgados en la reconocida publicación sobre los caracteres que aproximan a los antiguos habitantes de Malapa al género Homo indican que los sediba podían caminar en forma bípeda y con zancadas. “Sus tobillos y largas piernas parecen ser intermedios entre los primeros homínidos y los humanos modernos”, revelan los autores de los trabajos publicados en Science.

Envuelto todavía en la roca fosilizada que lo rodea y que ocupa su interior, el cráneo de sediba fue sometido al escrutinio del Sincrotrón de Grenoble, Francia, un acelerador de partículas capaz de observar estructuras moleculares como si fuera un grandioso microscopio.

Kristian Carlson, de la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica, “echó un vistazo al cráneo parcial de MH-1(denominación de uno de los esqueletos de Australopithecus sediba) e hizo un molde interno, o un escaneo detallado, del espacio donde el cerebro habría estado”.

El análisis evidenció una medida interior de 420 centímetros cúbicos para el cráneo estudiado, casi como el de un chimpancé (el ser humano actual tiene entre 1200 y 1600), “pero con signos de reorganización neuronal en la región orbito-frontal, justo detrás de los ojos”. Tal estructura ósea, estiman los expertos, debió corresponderse con un cerebro relativamente complejo, en comparación con anteriores homínidos.


Lee Berger con el cráneo de Australopithecus sediba. Desde 2008 han sido hallados en el yacimiento de Malapa (localizado mediante la tecnología de seguimiento por satélite de Google) 220 huesos de homínidos primitivos, pertenecientes a cinco o más individuos
De acuerdo con estos datos, Berger y sus colaboradores han dicho que la capacidad craneal del homínido de Malapa pone en duda la clásica teoría de la gradual ampliación del cerebro durante la transición del Australopithecus al Homo, interpretación con la que muchos paleontólogos no concuerdan.

Técnicas de uranio-plomo y paleo-magnética (mide cuántas veces el campo magnético de la Tierra se ha invertido en los sedimentos calcificados que rodean a los fósiles), aplicados a los restos esqueléticos permitieron definir una edad aproximada de 1, 977 millones de años para Australopithecus sediba, dado que la antigüedad de los fósiles no permite datarlos en sí mismos.

Los debates

La singularidad del descubrimiento de los fósiles de Malapa y sus aportes al conocimiento de una etapa tan significativa de la evolución humana, como es el origen del género Homo, han suscitado crecientes debates en la comunidad científica en torno al rol de la nueva especie como candidata a ancestro directo del grupo humano.

Su aparición en el escenario evolutivo, la interpretación de sus caracteres anatómicos y su antigüedad han puesto en discusión el lugar que hasta ahora ocupaban especies primigenias como Homo habilis (entre 1,9 y 1,6 m.a) y Homo rudolfensis (puede superar la barrera de los dos millones de años) e, incluso, su pertenencia al género Homo.

Para el paleontólogo José María Bermúdez de Castro, codirector del Proyecto Atapuerca, Homo habilis continua siendo una firme candidata para ser el origen del género Homo o para tener una relación muy estrecha con la especie primaria, según corrobora en su último libro, Exploradores.

En el texto, el paleoantropólogo expone que tanto habilis como rudolfensis incumplen un requisito que algunos exigen al género Homo, y del cual también carecen los chimpancés y los australopitecos: la presencia de las etapas de niñez y adolescencia. Y que “con este argumento, Berger borra de un plumazo dos especies competidoras”. Aunque –añade- no puede evitar la crítica de que Australopithecus sediba tampoco tendría un desarrollo largo y complejo, ni evadir las comparaciones entre su especie y Homo habilis y rudolfensis en lo que respecta al tamaño cerebral: hasta los 700 centímetros cúbicos”.

Según Bermúdez de Castro, “Lee Berger parece haberse olvidado de los homínidos de Dmanisi, Georgia, de 1,85 millones de años: “demasiado cerca en el tiempo de Australopithecus sediba y demasiado lejos de él en el espacio geográfico.

“Homo georgicus, de hasta 700 centímetros cúbicos de capacidad cerebral y una estatura que llega hasta los 1.60 metros, tiene pleno derecho a pertenecer al selecto club del género Homo”, asevera el científico español, quien es partidario de un origen asiático para nuestro género.

Inmerso en estos debates, otro experto, el doctor John Hawks, profesor asociado del departamento de Antropología de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, mantiene un seguimiento al tema desde su weblog Paleoanthropology, genetics and evolution, donde recibe una media de 2000 visitantes al día.

En un artículo publicado hace dos años, el investigador reflexiona sobre cada uno de los nuevos desafíos que plantean los fósiles de Malapa, así como acerca de la hipótesis de que la evolución del cerebro, seguido de la fabricación de herramientas, ha sufrido un retraso considerable con estos descubrimientos.

“Si es así, me pregunto, dice Hawks: ¿qué es exactamente lo que provocó la expansión cerebral? ¿El cambio de la dieta a alimentos de mayor calidad o factores como la dinámica social y la inestabilidad del clima? ¿O es que la evolución de nuestro género ocurrió en otro lugar, lejos de donde actualmente tenemos muestras de fósiles?

lunes, 3 de septiembre de 2012

Vulnerar el silencio



Los moldes auditivos constituyen la interface entre la prótesis y el oído del paciente. Su fabricación manual conlleva a numerosas inexactitudes, mientras que su elaboración digital resulta superior en cuanto a la calidad del sonido que emite al receptor y a su adaptabilidad anatómica. Mediante una moderna tecnología, el Centro de Neurociencias de Cuba propone satisfacer las necesidades de este aditamento biomédico en el país.


Por Flor de Paz

En auxilio de nuestras carencias orgánicas acuden los avances científico-tecnológicos, suplentes de las incapacidades que como hijos de la selección natural sufrimos de una forma u otra no pocos seres humanos. Sin embargo, los elevados costos y la carencia de sistemas de salud abarcadores de los universos poblacionales en numerosos países contribuyen a una creciente inequidad en la socialización de los resultados de las investigaciones biomédicas.

En Cuba, aun inmersa en carencias económicas sustanciales, numerosos resultados tecnocientíficos encaminados a la aplicación de tratamientos consiguen convertirse en terapéuticas generalizadas entre los pacientes necesitados de ellas.

La audiología es uno de esos ámbitos clínicos, donde la investigación científica y la asistencia médica han logrado conjugarse y ofrecer alternativas ante dolencias que afectan el sentido del oído.

Un efectivo aporte al tratamiento de las personas que sufren déficits auditivos ha sido puesto a disposición del Ministerio de Salud Pública (MINSAP) por el Centro de Neurociencias de Cuba, que a partir de capacidades creadas para la fabricación digital de moldes (sostén de prótesis* retroauriculares) y carcasas (soporte de prótesis intraauriculares), ofrece asistir a todas las personas necesitadas de aditamentos acústicos en el país. Hasta ahora, estos requerimientos no han podido ser satisfechos con la elaboración manual de los mencionados artefactos, generalizada en el sistema de salud nacional.

De la era manual a la digital

La tecnología tradicional, generalizada en los laboratorios de audiología del MINSAP en el país, se sustenta en métodos de duplicidad, a partir de la impresión de la cavidad auditiva del paciente. De este primer paso deriva una pieza de resina, endurecida con la incidencia de luz, cuya calidad estará en dependencia de la experticia del técnico encargado, que en general tiene una formación empírica. Si esta persona no logra la precisión requerida los resultados serán insatisfactorios, debido a las molestias que provoca en el paciente el desajuste de ese molde auditivo mal elaborado.

Otra desventaja de la tecnología tradicional está referida a la limitación de la variedad de formas posibles, en correspondencia con la anatomía y el padecimiento del afectado, subrayó el ingeniero Ernesto Rodríguez Dávila, Director de Producción y Servicios Técnicos del Centro de Neurociencias de Cuba.

La función del molde auditivo –añade el especialista- es conducir el sonido desde la prótesis hacia el oído, y conseguir que esa trayectoria se produzca adecuadamente depende de elementos como los mencionados.

“Con la nueva tecnología también hay que tomar una impresión del oído, pero esta es convertida inmediatamente en una imagen tridimensional mediante un escáner específico, equipo que procesa las impresiones de ambos oídos a la vez.

Una vez en formato digital, la imagen es procesada mediante un software del que resulta una representación tridimensional del molde con sus conductos interiores definidos. “Los programas computacionales que utilizamos también permiten simular la colocación de la prótesis electrónica en el interior de la prótesis intra-auricular. Posteriormente, una impresora 3D conforma la pieza final tal como fue diseñada.

-¿Qué costo tiene la nueva tecnología?

- Por su eficiencia, precisión y productividad tiene un costo elevado en lo que a equipamiento se refiere.

“La producción de los moldes requiere además de materiales biocompatibles (resinas) que se adquieren en el mercado internacional, pero la elaboración de las piezas resulta económica.

“En estos momentos, el Centro de Neurociencias está en fase de negociación con el MINSAP para brindarle el servicio de producción de los moldes, lo que evidentemente favorecería la atención a las personas con discapacidad auditiva en un tiempo mucho menor que el actual. La idea es trabajar en ese sentido e iniciar todo el proceso lo más rápido posible.

-¿Pueden cubrir la demanda del país?

-Con el esquema que estamos siguiendo, la producción puede escalarse, por lo que nuestra propuesta inicial es fabricar 7000 moldes anuales para el sistema de salud y progresivamente ir aumentando hasta cubrir la demanda nacional, estimada en 40000 moldes anuales.

“Según la propuesta que le hemos hecho al MINSAP, a partir de las potencialidades de los centros auditivos provinciales, en el Centro de Neurociencias recibimos las impresiones de los oídos de los pacientes, debidamente identificadas, y fabricamos la pieza; luego la enviamos a la institución emisora”, explica el director de Producción y Servicios Técnicos del Centro de Neurociencias de Cuba.

“La relevancia clínica de los moldes auditivos de elaboración digital consiste en que garantiza un mejor ajuste de la prótesis, factor que contribuye a maximizar las potencialidades de las digitales, explica la doctora María del Carmen Hernández Cordero, Asesora Clínica del Servicio de Audioprótesis del Centro de Neurociencias de Cuba.

“Por otra parte, hace sostenible el reemplazo del molde durante el primer año de vida, cuando es preciso cambiarlo cada seis meses aproximadamente debido al crecimiento del conducto auditivo externo del niño, dinámica que no es soportable con la elaboración manual. Además, si una persona necesita repetirse su molde se le puede elaborar inmediatamente.

“Esta tecnología permite asimismo producir una gran variedad de tipos de moldes auditivos, entre ellos: compactos, con agujeros de ventilación, esqueléticos y semiesqueléticos, que son indicados según la pérdida auditiva y el tipo de prótesis aplicable en cada paciente. Además, se tiene en cuenta cuál de ellos se ajusta con mayor precisión a la anatomía del portador, requisito que evita complicaciones propias de los desajustes morfológicos.

Fase de aplicación

Una prueba de campo, o de concepto, como la denomina la doctora María del Carmen, realizada durante aproximadamente un año en pacientes usuarios de prótesis, arrojó que la tecnología digital para la fabricación de moldes auditivos es superior en calidad y ajuste a la de elaboración manual.

“Para el estudio entregamos al MINSAP alrededor de 270 moldes auditivos con tecnología de fabricación digital y pudimos contrastar, por ejemplo, que los pacientes con sordera severo-profunda, portadores de prótesis potentes, no sufrieron los molestos ruidos resultantes de sus desajustes al colocarlos en el oído. Otra experiencia positiva fue el elemento estético; en todos los casos, los beneficiados prefirieron el de elaboración digital”.

Esta tecnología permite asimismo la elaboración de carcasas (portadoras de prótesis intra-auriculares) que reproducen el conducto auditivo externo y ajustan perfectamente, aunque son menos potente que las retro auriculares y no se indican a los niños, cuyo conducto auditivo está en crecimiento constante.

Sin embargo, la aplicación exitosa de estas alternativas terapéuticas también depende la creatividad del médico, asegura la doctora María del Carmen. “Por ejemplo, a la hora de ajustar las prótesis algunos pacientes presentan molestias ante determinados ruidos, incluso el de su propia voz, las cuales pueden atenuarse ajustando el dispositivo por bandas de frecuencia.

“Para conseguirlo no existe una fórmula predeterminada, más bien depende de los conocimientos sobre acústica que tenga el facultativo que está haciendo el acople. Por ejemplo, si a la persona le molesta el aire acondicionado, debe conocerse cuáles son las bandas de frecuencia que se deben modificar. Estas son acciones comparables a las que realiza un ecualizador, pero relacionándolo con el tipo de hipoacusia que sufre el paciente”, precisa la especialista en Neurofisiología Clínica.

El caso a Ana Laura

Mediante un lenguaje completamente articulado, Ana Laura Hernández, una adolescente de 13 años de edad, asegura que prefiere el molde de fabricación digital. “Con el otro escuchaba muy poco, era más bajo. Ahora lo oigo todo y me gusta más. El anterior me pitaba mucho y me quedaba flojo, se movía cuando yo inclinaba la cabeza. Prefiero estos, el molde y el aparato (prótesis digital)”.

A esta paciente le fue diagnosticada desde pequeña la pérdida auditiva total del oído derecho y a los seis años el izquierdo comenzó a disminuir su capacidad. Desde entonces hasta hace dos años utilizó la prótesis analógica.

“La diferencia es importante, hay que vivirlo para poderlo apreciar, asegura Yolanda Cruz, la mamá de Ana Laura. “Con la prótesis analógica ella escuchaba, pero por ejemplo no percibía el claxon de un vehículo que estuviera a cierta distancia. La digital, en cambio, le trasmite todos los sonidos”.

Como quien se halla en el mejor momento de una larga contienda Yolanda explica que a su hija nunca le acomodó ninguno de los moldes de fabricación manual que tuvo y que con frecuencia se negaba a usar. “Cada vez que le hacían uno nuevo sobrevenía un largo proceso de adaptación; sin embargo, con el de tecnología digital la niña se sintió cómoda enseguida.

Según la opinión de la doctora María del Carmen, el molde auditivo de Ana Laura resume todas las ventajas que puede ofrecer la tecnología digital frente a la manual.

“Se trata de un ajuste personalizado a la anatomía del conducto auditivo externo de esta. Ella utiliza una prótesis digital retro auricular con un molde de fabricación digital, que en su caso se ajusta mucho mejor desde el punto de vista anatómico, es más estético y, al tener una prótesis potente, tiene una gran amplificación¨.

“La queja clínica que Ana Laura presentaba era el feedback, un ruido que se percibía al acercarse a una pared o cuando una persona le pasaba cerca. Al quedar mejor ajustado, el molde de fabricación digital no permite la salida de este sonido y nadie percibe que la niña tiene una prótesis digital potente, la más sofisticada que tenemos en el país en estos momentos, con muy buenas prestaciones.

“Sin embargo, un molde mal realizado puede afectar el funcionamiento de la mejor de las prótesis auditivas existentes”, puntualiza la doctora María del Carmen.

Ana Laura Hernández lleva dos años con un implante coclear en el oído derecho, aproximadamente el mismo tiempo con el molde y prótesis digital y cinco con molde de fabricación manual.

La conjunción de todas estas alternativas terapéuticas derivadas del desarrollo tecnocientífico ha contribuido a que esta adolescente no haya visto deteriorado su lenguaje ni haya sufrido retraso escolar, resultado que también se debe en buena medida a la constancia de su madre, a la colaboración de sus profesores y al esfuerzo de la propia Ana Laura.

En el ámbito científico-asistencial en que se hallaban la paciente y su madre en el momento de esta entrevista se evidenciaba un intercambio fluido entre ellas y los especialistas, quienes a la par interactúan acerca del caso.

Interrogada sobre el trabajo interdisciplinar que desarrollan la doctora María del Carmen Hernández y el ingeniero Ernesto Rodríguez con su hija, Yolanda Cruz responde:

“Uno depende del otro. Si el molde es deficiente ella no puede hacer una buena programación de la prótesis. Entre estos especialistas y nosotras ha habido una magnífica relación que ha sido determinante”.



Simulaciones computadas permiten investigar la relación entre geometría cerebral y termorregulación





El investigador del CENIEH Emiliano Bruner publica en la revista American Journal of Human Biology un artículo que trata de arrojar luz sobre los mecanismos de termorregulación del cerebro humano
   El Doctor Emiliano Bruner, responsable del Laboratorio de Paleoneurobiología del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) propone una técnica de análisis de la distribución del calor de la cavidad craneal en función de la forma del cerebro en un trabajo que con el título de “Quantifying patterns of endocranial heat distribution: Brain geometry and thermoregulation” se acaba de publicar en la revista American Journal of Human Biology para tratar de arrojar luz sobre los mecanismos de termorregulación cerebral.

Y es que a pesar de la importancia de la gestión energética de nuestro cerebro, todavía se desconocen los mecanismos de regulación de su temperatura y aún existen muchas discrepancias acerca de la capacidad de refrigeración selectiva del volumen cerebral. Como explica en este artículo el Dr. Bruner, se presume que arterias y venas tienen un papel importante, pero los datos son escasos y las teorías muy especulativas, y “aunque suponemos que el sistema vascular es el componente principal responsable de la termorregulación, la geometría del cerebro también es determinante en el patrón de distribución de calor”.

Este problema también se ha discutido en la evolución humana y la Paleoneurología, disciplina de la que el Dr. Bruner es un especialista, especulando sobre los posibles cambios asociados con la encefalización de los homínidos. En los fósiles, la única información que queda sobre el cerebro es su forma geométrica, que hoy en día se puede reconstruir con técnicas de anatomía digital utilizando recursos biomédicos como la tomografía computada.

Y en este trabajo mediante simulaciones numéricas y moldes endocraneales, se presenta un método de cuantificación de las diferencias entre especies, utilizando como caso-estudio humanos modernos y chimpancés. El Dr. Bruner concluye afirmando que “aunque la regulación de la temperatura cerebral dependa de muchos factores fisiológicos que no se pueden investigar en los fósiles, éste método permite por lo menos analizar cómo y cuánto ha podido influir en éste proceso el cambio de la geometría cerebral a lo largo de la evolución humana”.

http://www.cenieh.es/es/sala-de-prensa/noticias/actualidad/simulaciones-computadas-permiten-investigar-la-relacion-entre-geo

viernes, 18 de mayo de 2012

Atapuerca, un proyecto tecnocientífico


La evolución del Proyecto Atapuerca y el análisis de la tecnociencia desarrollado por Javier Echeverría (2003) presentan múltiples coincidencias, centradas en las modalidades de práctica científico-tecnológica contemporánea. Este es un avance del artículo que sobre el tema será publicado en la revista No. 10 del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana

Flor de Paz

El Proyecto Atapuerca emergió en el año 1976 del pasado siglo con el inusitado hallazgo de una mandíbula humana en la sierra del mismo nombre, a 15 kilómetros de la ciudad española de Burgos. Trinidad de Torres, su descubridor, comunicó el acontecimiento a Emiliano Aguirre, su tutor de tesis, quien dos años después conformó un primer proyecto de excavaciones para trabajar en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca.

En aquellos momentos, la Península Ibérica apenas asistía al despertar de la arqueología prehistórica, y una generación de jóvenes ya se dedicaba sistemáticamente a investigar el mundo del Pleistoceno .

Eran los años finales de la dictadura franquista en España y la época en que se introdujo en el país la teoría como elemento fundamental de la discusión científica. Numerosas corrientes investigativas y filosóficas tomaban auge entre profesionales y estudiantes, entre ellas la New Archaeology y el marxismo, que fueron abrazadas por Eudald Carbonell , miembro del Proyecto que conformó Emiliano Aguirre, al que luego se incorporaron José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga .

En 1991, con la jubilación de Aguirre, la dirección del Proyecto Atapuerca quedó en manos de Carbonell, Bermúdez de Castro y Arsuaga que, apoyados en una importante cantera de investigadores formados en torno a la labor científica en los yacimientos burgaleses, desarrollaron una práctica sistemática de trabajo en equipo. Sobre esos cimientos fue edificado Atapuerca, el proyecto de paleontología y arqueología, con subvención estatal, más estructurado y antiguo de España (Paz, F., 2011).

El resultado de más de 30 campañas de excavaciones ha proveído al Equipo de Investigación de Atapuerca de relevantes pruebas empíricas, a través de las cuales los científicos han podido reconstruir buena parte de la prehistoria de este ecosistema montañoso y hacer aportes significativos a los estudios sobre evolución humana en Eurasia y el mundo. Esta práctica ha conllevado a un continuo proceso de innovación del conocimiento y a su socialización dentro de la comunidad científica y en la sociedad.

La evidente complejidad del actual Proceso Atapuerca, en el que interacciona una amplia red de agentes, permite contextualizarlo, aún con sus singularidades, en torno a las nuevas concepciones tecnocientíficas en las que se subrayan los aspectos praxiológicos, más que los puramente epistémicos o cognitivos (Echeverría, J. y González, M., 2009).

En tal sentido Echeverría, J. precisa:

Preferimos utilizar el término 'tecnociencia' que propuso Latour … para entender el paso de la ciencia a la tecnociencia como un cambio en la estructura de la práctica científica que afecta a cada una de sus fases: planificación, producción, evaluación, difusión y aplicación del conocimiento, sin olvidar la enseñanza de la ciencia, que resulta clave en cualquier sistema científico-tecnológico. La tecnociencia se distingue de la ciencia por su modo de relacionarse con el conocimiento en cada una de esas fases, no sólo en la de investigación y producción del conocimiento, que tradicionalmente ha sido la más estudiada. (Echeverría, J., 2009)

Esta idea de tecnociencia, tal y como ha sido desarrollada por Echeverría, responde al intento filosófico de clasificar y caracterizar las modalidades de práctica científico-tecnológica contemporánea, que se define mediante una serie de características básicas. A continuación exponemos algunas de ellas y luego evaluamos sus coincidencias con el Proyecto Atapuerca.

Según este enfoque, la tecnociencia se caracteriza por la presencia de un sujeto plural en el que cada agente aporta sus propios bienes: los científicos conocimiento, los ingenieros tecnología, los financiadores dinero, los empresarios gestión y beneficios económicos, los políticos poder…Al hacerlo, generan valor, pero no sólo para sí mismos, también para los demás agentes tecnocientíficos (Echeverría, J., 2008).

Otro carácter identificador de esta nueva modalidad de práctica científica es la interdisciplinariedad, estrategia que incrementa la capacidad de innovación de los grupos que investigan y generan conocimiento, pero también de los que lo distribuyen, difunden y utilizan (Echeverría, J., 2009).

La complejidad estructural del Proyecto Atapuerca refleja la complejidad de su agente tecnocientífico, cuya pluralidad se ha consolidado en el último decenio con el logro de propósitos tan sobresalientes como la creación del Sistema Atapuerca, Cultura de la Evolución, una sustantiva armazón que contribuye a cualificar y cuantificar las investigaciones y la socialización de su producto.

En semejante desplazamiento el Proyecto Atapuerca se nutre de una diversidad de nodos interconectados (Echeverría, J. y González, M., 2009), gracias a las tecnologías de la información y a la colaboración entre proyectos de investigación nacionales e internacionales, sin lo cual resultaría imposible dicho proceso científico.

Pero la difusión del conocimiento científico sobre evolución humana trasciende en este contexto el ámbito de la comunicación y se instala en la lógica del conocimiento como base del pensamiento, conductor del cambio social, mediante la socialización crítica de la conciencia. La transformación del mundo, a pequeña o gran escala, es también un rasgo distintivo de las tecnociencias.

El gráfico muestra al agente tecnocientífico Proyecto Atapuerca y la conceptualización de algunas de sus acciones.

La denominada tecnoaxiología , llamada a atender este impulso transformador de la tecnociencia, se basa en una gran pluralidad de sistemas de valores. Entre los más relevantes se considera a los epistémicos, los típicos de la tecnología, los económicos, los ecológicos, los medioambientales, los jurídicos, los sociales y culturales y los políticos (Echeverría, J., 2010).

La simbiosis de algunos de estos en la práctica del proceso Atapuerca se evidencia a través de esta cita de Carbonell:

Atapuerca ha sido socializado como proyecto de investigación de la evolución humana, como un registro arqueológico, pero también como un proyecto social estructurado y contingente. Los importantes descubrimientos y su acción socializadora sobre el medio humano han hecho trascender las piedras y los cráneos a los espacios sociales de la cultura y el conocimiento y a las ciencias de la vida y de la Tierra y de la sociedad en general. Implican una nueva preocupación por conocer quiénes somos y qué podemos ser, sobre todo si somos capaces de entender la historia y de construir nuevas formas de adaptación más acordes a la aceleración que sufre nuestra especie a consecuencia de la selección técnica (Carbonell, E., 2007).

Otro elemento característico de la práctica tecnocientífica, la participación de capital privado en la investigación, puede observarse en la actividad tecnocientífica del proyecto Atapuerca. Sustentado en financiamiento público, también recibe aportaciones de estructuras económicas privadas que, mediante la Fundación Atapuerca, contribuyen a la formación del personal investigador, al aprovisionamiento complementario de equipos y servicios logísticos para la excavación e investigación, al desarrollo de proyectos de especialización en tratamiento, restauración y catalogación de restos fósiles y materiales paleoantropológicos, así como al desarrollo de innumerables herramientas para la socialización de los conocimientos científicos generados por el EIA. (Fundación Atapuerca. 10 años de evolución, 2010). En este caso, “tales contribuciones no implican, sin embargo, ninguna dependencia ideológica” .

En la tecnociencia, la utilización de equipamientos tecnológicos complejos, tanto para la investigación como para la evaluación y la gestión son determinantes (Echeverría, J. y González, M., 2009). En este sentido, Atapuerca no es una excepción; sin las complejas tecnologías requeridas para la documentación de los registros fósiles y sus contextos, y sin los métodos de análisis de las diferentes disciplinas que sustentan el conocimiento de la Paleoecología humana sería imposible inferir el conocimiento sobre nuestro género (Carbonell, E. (coord.), 2005).

Según Echeverría, en el caso de la tecnociencia, la interdependencia entre ciencia y tecnología es prácticamente total. Si los tecnocientíficos pretenden producir un nuevo conocimiento y emprenden acciones científicas para ello (demostrar, calcular, observar, medir, experimentar, etc.), dichas acciones son literalmente inviables sin apoyo tecnológico.

Si nos atenemos a lo expuesto anteriormente, los fundamentos de la teoría tecnocientífica defendida por Javier Echeverría son una herramienta teórica potencial para observar cualitativamente la actividad científica del Proyecto Atapuerca, entendiendo esta teoría como una estructura holística que afecta no solo a la comunidad científica, sino a toda la sociedad y a su funcionamiento (Carbonell, E. y Hortolà, P., 2010).

Desde este breve análisis del enfoque tecnocientífico puede pensarse que Atapuerca es un proyecto de tecnoevolución humana, de la misma manera que Echeverría distingue matemática de tecnomatemática y física de tecnofísica, al tomar en cuenta la transformación que en su práctica cotidiana han sufrido estas disciplinas en los últimos años .

Cabe subrayar entonces que Atapuerca es un ejemplo singular de actividad tecnocientífica, fundamentado en su perspectiva de transformación social desde el avance del conocimiento: sustrato del pensamiento y de la conciencia crítica de especie ; supuesto que ha de permitirnos salir del evolucionismo grosero y del darwinismo social, y desafiar las leyes básicas de la etología (Carbonell, E., 2008).



A partir de la reconstrucción del cráneo de Homo antecesor, descubierto en Gran Dolina, fue elaborada esta recreación en 3D del aspecto que tendría este homínido, incluso le fueron puestos piel y músculos de manera que puede contemplarse en acción mediante un diorama. Esta es una muestra de cómo la informática y las simulaciones marcan el paso de la ciencia a la tecnociencia desde el punto de vista de los lenguajes formales y la metodología (Echeverría, J., 2008).


(Ver números anteriores de publicación anual del Gabinete de Arqueología:
http://es.scribd.com/doc/47967758/Gabinete-de-Arqueologia-Boletin-no-ano-Oficina-del-Historiador-de-la-Ciudad-de-La-Habana)

Notas:

El paleoantropólogo Emiliano Aguirre es considerado el padre del Proyecto Atapuerca por sus aportes científicos y su condición de primer director de las excavaciones de la Sierra de Atapuerca.


Pleistoceno: Período del Cuaternario que se caracteriza por la alternancia de episodios fríos con otros cálidos o templados. Se divide en tres, inferior, que comienza hace 1,8 millones de años, medio y superior, que termina hace aproximadamente 10 000 años (Diez, C., Moral, S. y Navazo, M., 2005).

El principal enunciado que preconizaba la New Archaeology era construir un cuerpo teórico bien establecido capaz de sustentar y guiar la investigación arqueológica y las metodologías técnicas ligadas a ella. Con estas propuestas se pretendía transformar un método de trabajo en una verdadera disciplina científica. (Carbonell, E. y Bermúdez de Castro, J. M., 2004)

Eudald Carbonell: Codirector del Proyecto Atapuerca, director general de la Fundación Atapuerca y director del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES).

José Ma. Bermúdez de Castro: Codirector del Proyecto Atapuerca y director del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH).

Juan Luis Arsuaga: Codirector del Proyecto Atapuerca y director del Instituto de Salud Carlos III sobre Evolución y Comportamiento Humanos. Universidad Complutense de Madrid.

Se define a partir de la hipótesis filosófica según la cual sólo hay innovación si algún tipo de valor es satisfecho en mayor grado que en la situación anterior, en este caso de valores epistémicos (avance en el conocimiento). (Echeverría, J., 2008)

Según el mismo autor: el conocimiento difiere de la simple información por haber pasado más filtros evaluativos y por haber sido aceptado y utilizado por alguna comunidad científica. (Echeverría, J., 2008)

El término “tecnociencia” lo usó Bruno Latour en 1983 tan sólo para abreviar la interminable frase de “ciencia y tecnología”. (Echeverría, J. y González, M., 2009).

Tecnoaxiología:Término propuesto por Echeverría con la intención de abarcar una pluralidad de sistemas de valores presentes en la práctica científica contemporánea. (Echeverría, J., 2010)

Paleoecología humana: Es el estudio del clima y de la diversidad vegetal, animal y humana que existió en un ecosistema del pasado (Carbonell, E. y Bermúdez de Castro, J. M., 2004).




martes, 15 de noviembre de 2011

¿Cortar y tirar?

Cuestiona el científico Emiliano Bruner, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), en Burgos, España, quien busca determinar la función de la arteria meníngea media, desechada por los neurocirujanos cuando realizan una intervención quirúrgica cerebral. Sentar las bases para un análisis multidisciplinar en los cráneos fósiles, que ofrezca nuevos datos sobre las especies homínidas, es otro de los estudios que se desarrolla en esta institución.

Por Flor de Paz. Fotos: Cortesía del entrevistado.
El cráneo guarda en su estructura las huellas del cerebro que cobijó. Las trazas fosilizadas del encéfalo perpetúan las formas de lo perecedero, tal como el suelo conserva las pisadas de los dinosaurios o del andar bípedo de los Australopithecus de Laetoli .

Son estas, evidencias de un mundo incógnito y lejano que los científicos pugnan por decodificar en el camino de construir el conocimiento. La historia humana es una enciclopedia inconclusa, dependiente de la ciencia y la tecnología. Los métodos de imágenes digitales biomédicas bregan hoy prometedores en ese proceso de búsqueda.

Surgidos desde los años 70 del pasado siglo, alcanzaron dos décadas después resoluciones útiles para la medicina y las neurociencias; pero la posterior irrupción de los estudios moleculares desplazó a los anatómicos y morfológicos y, como resultado, la macro anatomía vascular de nuestro cerebro es todavía desconocida.

Con el esbozo de esta paradoja de la ciencia contemporánea comienza mi diálogo con el científico italiano Emiliano Bruner, Doctor en Biología animal y responsable del Grupo de Investigación en Paleoneurobiología de Homínidos, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), en Burgos, España.

Sin preámbulos, mi interlocutor define a la Paleoneurología como “el estudio de las variaciones anatómicas del neurocráneo y de la relación funcional y de estructura cerebro-cráneo, nexo que es como una especie de red fisiológica, arquitectural, entre el encéfalo y su estructura ósea. Ambos tejidos se influyen mutuamente y uno moldea al otro”.

El sujeto muere y su cerebro se pierde –agrega Bruner–, pero queda el neurocráneo. Evoluciones, arterias, venas y, por supuesto la forma cerebral, quedan impresas en la parte interna de esta estructura ósea.

Mapa térmico digital
Sin embargo, las investigaciones sobre evolución cerebral realizadas hasta ahora apenas han trascendido el dato de la capacidad craneal como medida del desarrollo de los homínidos, “una referencia cuantitativa bastante cruda”. A la hora de repasar qué transformaciones ha sufrido el cerebro durante el proceso evolutivo, “aporta mucho más el estudio de la estructura espacial de este órgano y la observación de cómo a nivel geométrico se colocan o regulan territorialmente sus componentes. Del análisis de los moldes endocraneales pueden inferirse estos datos”.

Difícil es fundir en materiales como yeso o plástico el positivo de la cavidad craneal sin destruirla y sin dañar sus estructuras internas, pero esa dificultad fue superada con la llegada de la tomografía computarizada y de la denominada anatomía digital. “A través de ellas han podido ser reconstruidas morfologías de fósiles, e internas de todo tipo, incluida la del mondo endocraneal”.


La tomografía computarizada permite escanear los fósiles (en este caso, un cráneo de Australopithecus) obteniendo secciones densito métricas que pueden ser analizadas y manipuladas mediante los instrumentos de análisis de imagen biomédicos, y reconstruir así volúmenes y superficies internas como las endocraneales.
Otro avance ha sido esencial para el desarrollo de la paleoneurobiología: el surgimiento de la geometría multivariante. “Con esta herramienta se desarrollan modelos numéricos de las relaciones espaciales capaces de mostrar las variaciones de los rasgos del cráneo y sus correlaciones. La combinación entre esta tecnología y la tomografía computarizada (obtiene datos y reconstruye anatomías digitales) viabiliza el estudio del vínculo cráneo-cerebro en los fósiles”, precisa el científico.

Huesos craneales de humanos modernos y arcaicos, de Australopithecus y Neandertales, componen buena parte del “banco” digital de Emiliano Bruner. Y la colección crece, porque ahora, además de incrementar la representación de sapiens actuales y de fósiles ha incluido para el estudio a primates no humanos.

    Las reconstrucciones digitales proporcionan las informaciones anatómicas acerca de las estructuras endocraneales, tanto de los componentes morfológicos individuales como de su organización arquitectónica. Las relaciones geométricas y físicas entre estos componentes pueden analizarse recurriendo a modelos numéricos que consideran las correlaciones entre las partes para proporcionar interpretaciones integradas acerca de la variación espacial interna del sistema anatómico.
“Transitamos en estos momentos a la etapa de cuantificación de los datos. Posteriormente mezclaremos los análisis sobre forma (relaciones espaciales), gestión térmica y sistema vascular cerebrales para ver las posibles relaciones entre estos componentes y sus variaciones a lo largo de la evolución humana”.

Una arteria gigante
Los humanos tenemos un cerebro que consume el 20 por ciento de la energía del cuerpo y desconocemos cómo se despliega esa gestión. Pero, además, ¿cómo hemos podido desarrollar un cerebro que `quema´ y no contamos con un sistema de enfriamiento?”, cuestiona el Doctor Bruner.


Angiotomografía de la arteria meníngea media


Basándose en esta interrogante de la paleoneurobiología el científico concentra su atención en la arteria meníngea media, “un sistema vascular que se interpone entre cerebro y cráneo y que ha dejado huellas en los fósiles, aunque con una menor complejidad que en los humanos modernos”.

Poco se sabe de esta estructura anatómica. “Desconocemos cómo se desarrolla, para qué sirve y cuál es su evolución filogénetica. Es una arteria gigante, un complejo de vasos muy grande que rodea el cerebro ¡Para algo servirá!

“No obstante, los neurocirujanos la cortan y la botan cuando hacen operaciones en el cerebro, porque, según ellos, `no sirve para nada´. Pero desde la perspectiva evolutiva esto de que `no sirve en absoluto´ es un poco raro. Si se ha generado todo ese conjunto alguna función ha de tener, y lo estamos investigando”, acota el científico.

La angiotomografía, una técnica biomédica de análisis de imágenes, que a través de un medio de contraste inyectable permite localizar en humanos vivos sus conjuntos arteriales, es una de las herramientas que los investigadores del CENIEH están utilizando en la ejecución de este estudio. Así han conseguido observar las relaciones entre las arterias meníngeas (que rodean el cerebro) y las cerebrales.

Otros instrumentos que Bruner y su equipo han puesto en beneficio de su objetivo científico son los modelos térmicos de distribución del calor, tecnología capaz de mostrar esta variable en los fósiles, a partir de la modificación en la forma del cerebro a lo largo de la evolución humana entre las diferentes especies.

“Desde las dos perspectivas anteriores (la evaluación de cómo se reparte la sangre en los conjuntos arteriales internos y externos del cerebro y la distribución del calor en un cerebro que cambia de forma), pretendemos determinar cuál es la función del conjunto arterial meníngeo medio, cómo funciona y por qué ha evolucionado de esta forma.

“Hasta el momento tenemos un resultado curioso: por estos vasos, importantes en la evolución, no pasa sangre en los adultos. De manera que estamos valorando tres hipótesis: solo tienen valor en la juventud o en la niñez y luego ya no sirven; nada más son útiles en situaciones de emergencia (me pongo a correr y se enciende el `radiador´) o ya no tienen una función vascular sino de protección (cubren el área cerebral que más se pega a la pared del cráneo).

“Estamos buscando las respuestas a estas interrogantes. El resultado tendrá repercusión en la medicina y en la paleontología. Es mejor saber para qué sirven los vasos de nuestro cerebro ¿No?”


[1] Las huellas de Laetoli, Tanzania, son la evidencia de un tipo de locomoción perfectamente bípeda hace 3,5 millones de años. En el mismo yacimiento, aunque en otros niveles, se han encontrado restos de Australopithecus afarensis, por lo que se cree que el autor de estas huellas sería esta especie (Carbonell, E. (coord.), Homínidos: las primeras ocupaciones de los continentes)


viernes, 11 de noviembre de 2011

El controvertido primer americano

Las probables rutas seguidas para llegar a América y el modo en que se produjo su colonización primigenia avivan constantes polémicas científicas. En torno a ese proceso, el doctor Alejandro Terrazas, de la Universidad Autónoma de México, esgrime una visión reveladora de mayores complejidades acerca del poblamiento del continente


Por Flor de Paz

No sabían los primeros humanos que atravesaron el estrecho de Bering que habían llegado al único continente deshabitado del planeta, aunque el desafío de un ecosistema desconocido y diferente les hiciera intuir el advenimiento de un “mundo nuevo”.

Entre 40 mil y 20 mil años atrás sitúan numerosos investigadores el intervalo de un primer desplazamiento humano por el continente americano, cuando toman en cuenta particularidades climatológicas propicias en el puente geográfico por el que atravesaron desde Asia a finales del pleistoceno superior.

Sin embargo, los restos arqueológicos hallados en esta región no evidencian esa antigüedad estimada. “En América apenas hay una docena de yacimientos con fósiles humanos cuya cronología supera los diez mil años”, según enuncian los estudios recogidos por Eudald Carbonell en el libro Homínidos: las primeras ocupaciones de los continentes.

Esta aparente contradicción es vista por el doctor Alejandro Terrazas Mata, encargado del Laboratorio de Estudios de Prehistoria y Evolución Humana del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Autónoma de México (UNAM), como una resultante de la carencia de “huellas” de los primeros pobladores americanos, debido a la desaparición de los glaciares que abarcaban en esa época buena parte del norte del planeta.


El doctor Alejandro Terrazas, de visita en La Habana durante el pasado mes de marzo, apuesta por el territorio de Sonora, donde se está formando la falla de San Andrés, y donde han quedado al descubierto sedimentos del pleistoceno, para el hallazgo de nuevas evidencias sobre el poblamiento de América. (Foto: Gizéh Rangel)

Si los primeros pobladores cruzaron por el estrecho de Bering -reflexiona el antropólogo físico-, tuvieron que recorrer grandes extensiones de tierra helada. En esas regiones del extremo norte del continente nunca vamos a encontrar evidencias; estas empiezan a aparecer por el estado de Nueva York, y más al sur, por lo que ya no pueden considerarse de poblaciones primarias.

En todas direcciones

Las hipótesis más aceptadas por la comunidad científica acerca del poblamiento de América recurren a modelos de migraciones directas y simples. Estas describen un primer ingreso, protagonizado por las llamadas poblaciones paleoamericanas, y un segundo momento, en que se identifican humanos de filiación mongoloide conocidos como amerindios.

Según estos criterios, el grupo primigenio, de muy baja densidad demográfica y movimiento lento, dejó escasas huellas; mientras que el siguiente, de unos 12 ó 13 mil años de antigüedad, reemplazó al primero con una tasa de crecimiento tal que en menos de mil años pobló todo el continente. Fueron sus integrantes los portadores de una tecnología que en Estados Unidos se conoce como Clovis.

Pero esta idea lineal de movimiento de norte a sur, de solo dos migraciones antagónicas entre sí, que se reemplazan una a la otra, es considerada sumamente simplista e irreal por el doctor Terrazas.

El ser humano no se comporta así, señala. “A donde llegamos nos relacionamos con las poblaciones locales, creamos antagonismos y alianzas, relaciones humanas muchísimo más complejas. Tenemos el ejemplo cercano del llamado encuentro de las dos culturas, entre europeos y americanos. Y vemos que lo primero que hacemos los humanos es reconocernos entre sí, biológica y reproductivamente, una forma importante de conocer al otro, de estar en contacto directo. Tuvo que haber sido así a finales del pleistoceno en América”.

Este análisis, y la diversidad biológica de los fósiles hallados en el continente inducen al antropólogo mexicano a pensar que los movimientos de los primeros habitantes de América fueron como el de los átomos: en todas direcciones, dependiendo de las condicionantes del momento, de cada población y lugar. “Y, al parecer, con tecnologías ya diversificadas”.

Falta encontrar los restos humanos más antiguos del continente -acota-, pero los que tenemos, de entre 11 mil 600 y ocho mil años, pertenecen a muchos grupos distintos. “A algunos, como los de Lagoa Santa, en Brasil, podemos llamarlos paleoamericanos (con cráneos alargados y caras verticales y angostas), porque tienen cierta unidad biológica. En cambio, en Tequendama, en la sabana de Bogotá, a una altura enorme sobre el nivel del mar, con un clima de templado a frío, no es la misma gente.

“Al sur de México, en Quintana Roo, hallamos un grupo adaptado al trópico, de baja estatura, cráneos relativamente redondeados y ya gráciles, porque vivieron en condiciones de gran humedad. Otros, como los de Kennewick, en Estados Unidos, tienen cráneos alargados y pudieran confundirse con un brasileño. Sin embargo, hay detalles que indican la diferencia: son altos y robustos, adaptados al clima frío.

“De modo que tenemos una gran diversidad en todo el continente y reducirla a dos poblaciones, que arribaron en solo dos momentos temporales diferentes, no tiene nada que ver con la realidad. Minimizar esa complejidad a modelos demasiado simplificados es traicionarla”, agregó el Doctor en Ciencias antropológicas de la UNAM.

“Por esas razones nos oponemos a esta hipótesis de dos oleadas migratorias que se sustituyen una a la otra, afirma. La evidencia empírica nos lo indica: el estudio de los cráneos y de los cuerpos humanos en su conjunto en todo el continente conduce a que ese modelo tradicional no puede ser real”.

Diversidad tecnológica

Otro asunto que ha llamado la atención de arqueólogos y antropólogos es la diversidad de la industria lítica hallada en América, “en algunos casos irreconocible, sin ninguna característica que permita asociarla entre sí.

“Por ejemplo, en el sitio Monte Verde, Chile, predominan las herramientas de lascas exclusivamente extraídas de núcleos irregulares y, sin embargo, con la misma materia prima y tecnología fueron encontrados allí dos cuchillos bifaciales preciosos. Es decir, que los habitantes prehistóricos del lugar conocían la tecnología bifacial, pero no les interesaba; su tecnoeconomía no lo requería y no perdían el tiempo en practicarla.

“Los de Norteamérica, los Clovis, sí desarrollaron esas puntas bonitas que caracterizan a su industria lítica, pero como elemento de identidad. No las necesitaban para matar a un mamut, su sentido era social, por eso les importaba tanto”.

- ¿De qué modo se pobló entonces el continente?

- Tuvo que haber ocurrido hace unos 20 mil años por una población probablemente muy compleja, no eran mongoloides, sino premongoloides que venían de África. Sabemos que entraron al continente americano, pero que también algunos regresaron a Asia. Solo así se explica la diversidad genética de los dos continentes.

“Desde el punto de vista ecológico, el problema no era entonces cruzar a América, sino adaptarse a otras condiciones climáticas y a nuevas enfermedades, pero contaban con tecnología y con una concepción de la subsistencia basada en el aprovechamiento de todo cuanto estuviera a la mano.

“Ellos nunca se dieron cuenta de que habían entrado a otro continente y de que estaban colonizando un nuevo ecosistema; fueron pasando de generación en generación”.

En cambio –acota el científico-, en Europa los cromañones eran africanos que fueron a vivir al clima frío y debido a que ya tenían una tecnología que los protegía de las bajas temperaturas mantuvieron en parte sus características originarias hasta el mesolítico. En América, cuando son hallados nuevos restos es evidente la adaptación biológica al clima”.

Nuevos rumbos

“Los restos humanos de las cuevas sumergidas de Quintana Roo en el contexto del poblamiento de América”, a cargo del doctor Alejandro Terrazas, fue una de las conferencias magistrales pronunciadas en el pasado congreso cubano Anthropos 2011.
“Estos huesos tienen el potencial de dar otra explicación al surgimiento del hombre americano; primero, porque fueron hallados en una región donde nunca se habían encontrado restos humanos; segundo, porque tienen una morfología diferente a todo lo que se había visto en el continente”, señaló el científico.
El hallazgo, ocurrido en el 2006, replantea todo lo que hasta ahora sabíamos sobre el poblamiento de América. Si regresáramos diez mil años en el pasado, al Pleistoceno, veríamos que en el continente americano los grupos humanos respondían a dos grandes patrones biológicos: el de los paleoamericanos (al que pertenecen los restos más antiguos hallados hasta ahora), y el del amerindio, que exhibía cráneos redondeados y caras cuadradas, sumamente parecidas a las de los indígenas actuales.
“Sin embargo, lo hallado en Quintana Roo no se ajusta a ninguna de estas pautas, más bien tiene características intermedias. Al comparar el cráneo mejor conservado de nuestra colección, el de la Mujer de Las Palmas, con calaveras de todo el mundo (tanto pleistocénicas como modernas), vemos que no se parece ni a las paleomericanas ni a las amerindias, sino a un grupo de fósiles de diez mil años de antigüedad del sureste de Asia”, expuso Terrazas.
“Por tanto, este descubrimiento en las cuevas sumergidas de Quintana Roo, pone en tela de juicio todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre el origen del hombre americano”. (Tomado del Boletín UNAM, http://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2010_517.html)

lunes, 7 de noviembre de 2011

Museo Nacional de Historia de la Ciencia: En busca del tiempo perdido


Ocho años después del cierre de sus puertas al público, el rescate del edificio de Cuba 460 trasciende las fronteras del desafío físico; supone, sobre todo, un examen de conciencia.

Por Daymaris Martínez Rubio

Una tarde, después de un aguacero, un silencioso hilillo de agua se escurrió por las rendijas del Salón de los Bustos. Sorteó los libreros, las vitrinas vacías, el viejo dosel, los sillones en fila; y aguardó, desde el cubil de las sombras, el sacrificio probable de decenas de óleos auténticos devorados por las fauces de la inundación.

Cuando las pupilas de la guía Bárbara Jiménez se acostumbraron a la luz de las bombillas, la paralizó una brisa con olor a camposanto, que se sacudió del rostro gritando a viva voz. Meleros, Menocales, Sulrocas, Caravias…“Los óleos estaban así, como ahora (a ras de suelo)” –dice–. Apilados sobre el polvo como fichas de dominó.

Seis años atrás, hacia 2003, el estado de parte del inmueble y colecciones del Museo Nacional de Historia de la Ciencia, Carlos J. Finlay (MNHC), había obligado al cierre de ese sitio emblemático de la cultura cubana y universal. Pero, las inadecuadas condiciones del claustro y la aún remota posibilidad de recursos, acentuaban todas las angustias de su ya precaria conservación.

Hoy, el grado de deterioro de la muestra continúa siendo un enigma, asegura Orieta Álvarez, investigadora del Museo. “Sabemos, sí, que hay objetos perdidos y otros en estado crítico”, revela, mientras da cuentas de los infructuosos y continuos llamados de atención sobre el problema “a todas las instancias: desde la Academia de Ciencias y el CITMA (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente) hasta el Comité Central del Partido: aquí conservamos las cartas; de la mayoría ni siquiera tuvimos acuse de recibo”, afirma la también secretaria de la máxima organización política en el Centro.

Lo inquietante, opina Magalys Reyes, directora del MNHC, es la mezcla de antigüedad y carencias –no solo materiales– que conspira día a día contra una colección única, compuesta por más de un centenar de pinturas; alrededor de 60 mil textos de temática científica; decenas de bustos; muebles; y el más completo legado de la primera academia de ciencias de Cuba y las Américas.

“Cuando desmontamos las salas, hicimos varias gestiones para asegurar la conservación de los objetos. Todas fracasaron. El propio CITMA nunca estuvo en condiciones de ofrecer un presupuesto, y en realidad, del total de la muestra, solo los frascos de la antigua Farmacia San José estarían a buen recaudo, gracias a la gestión de guacales por parte de trabajadores nuestros”.

Ana Cristina Perera, vicepresidenta de Museos del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC), no pone en dudas la autenticidad de los esfuerzos ni la traba real de los problemas. Pero, la realidad, sospecha, no está escrita en blanco y negro. “¿Por qué no hablar de responsabilidades compartidas?”.

Los cuidados especiales, explica, responden a “condiciones materiales ideales” casi inaccesibles para la Isla. “En cambio, ¿dónde queda la conservación preventiva: sacudir el polvo, airear un documento, tener un conocimiento detallado de la colección y del grado de deterioro de sus exponentes?


El estado crítico de algunos exponentes se acentúa con el paso de los días y las inadecuadas condiciones para su conservación, señala la guía de museos Bárbara Jiménez. (Foto: Alexander Isla Sáenz de Calahorra).

“Muchas veces, la desidia e incluso la falta de fuerza de trabajo capacitada, pueden resultar más dañinas que las privaciones materiales –a menudo, también una gran excusa–. Por supuesto, para preservar se necesita de un soporte material de respaldo. Pero ¿qué se requiere para conservar un instrumento metálico, por ejemplo? Limpieza, y mucha”.

Perera mide sus pasos. Admite que no habría certezas absolutas, pero, sostiene que el peligro de “enquistarse en los obstáculos” es su nexo directo con la pérdida de iniciativas y, lo peor, de espacios sociales.

“Con independencia de cómo funcionen los mecanismos para la conservación y la restauración en Cuba, el MNHC está insertado en un contexto privilegiado como La Habana Vieja”. Ese entorno, insiste, tendría que convertirse en el estímulo de sus trabajadores. “Y en el reto para imponerse sobre la base del trabajo, por encima de todas las carencias, más allá de las incomprensiones”.

Es el último viernes de un junio a ratos húmedo. “¿Té, sin azúcar?”, ofrece, como pertrechándose para un día largo. Es curioso, pero en los tres años de su actual desempeño “nunca tuvo razones del Museo, ni un acercamiento ni un comentario…”.

Ahora, ha llegado a sus oídos la buena nueva de la restauración del edificio. La Oficina del Historiador –sonríe, prevenida del tono “casi apologético” con que nombra la gesta de un hombre y su pueblo– ha sido determinante en el completamiento y ejecución de un presupuesto inicial, donado hace años por la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

“¿Pero, dime, qué cosas han visto?, porque al Museo no voy hace un tiempo”. Curva las cejas, mientras termina su vaso. Y no aguarda por la perspectiva del polvo y los andamios. Sospecha que hay buenas razones para continuar hablando.

La memoria de las piedras

La apabullante circunstancia del abandono por todas partes, delata la ausencia de iniciativas para frenar sus estragos. (Foto: Alexander Isla Sáenz de Calahorra)

Al mediodía del jueves 19 de mayo, la historiadora Rosa María González ajusta su reloj de pulsera, y medita en los cálidos soles sucesivos que, por siglo y medio, le separan de la fundación de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Se dice poco, lamenta, de aquel tremendo suceso, y de su época, “mucho más revolucionaria de lo que aún puede leerse en los libros. ¿Sabías que, entre sus primerísimas batallas, estuvo fundar un museo y una biblioteca ‘por estar más al alcance del público’?”.

Porque no fue el Museion alejandrino, sino el afán reivindicador del derecho a la cultura de un pueblo, la inspiración para emplazar la Academia en los predios de Cuba 460, donde, en 1874, abría sus puertas el Museo Indígena de Historia Natural.

Pero, en efecto, no sería un lugar de privilegio. Durante la colonia, debió sufrir los avatares del pobre apoyo oficial a una “cofradía” sostenida, literalmente, con el sudor de sus miembros. Incluso en 1962, concedida su autonomía tras la creación de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), el Museo iniciaría una nueva, pero, efímera existencia.

A fines de la década del 1970, la institución sería disuelta y sus fondos quedarían a la custodia del Centro de Estudios de Historia y Organización de la Ciencia (CEHOC), y más adelante, del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Tecnología (CEHCYT). Y no fue sino a finales del pasado siglo, que adoptó la actual estructura de “museo histórico de carácter memorial”.

Eso explica, quizá, la inestabilidad de “una actividad museística con épocas de abandono”, señala el historiador Pedro Marino Pruna, a cargo del grupo de investigación del MNHC. “Le faltó la prioridad necesaria”, sentencia su ex-director, Gerardo González –hoy al frente del Museo de la Farmacia Habanera–, mientras apunta a la prevalencia de “un concepto de institución, de proyectos de investigación, pero no de un perfil museológico ni museográfico completo. Eso hay que reconocerlo.

“Tampoco podría juzgarse a sus trabajadores por esto. Porque la misión encomendada era otra: custodiar bienes y exponer resultados de historia de la ciencia; una labor que, en términos de investigación, ha sido incuestionable. El problema ha estado en lograr prioridad en un sistema de ciencia y tecnología, para el cual nunca ha sido prioritario”.

“Para tener una idea, –añade Magalys Reyes– a mediados de 2009, el CITMA nos comunicó un plazo para el retiro de sus agentes de seguridad y protección. A partir de entonces, hicimos innumerables gestiones, sobre todo por un patrimonio que no podía quedar sin custodia. Pero, nadie pudo ofrecer soluciones. Los trabajadores asumimos las guardias casi durante un mes, día y noche. Cuando nos decidimos a escribirle al compañero Eusebio Leal, no habían transcurrido 24 horas, y allí estaban, han estado hasta hoy, los agentes de Baluarte, de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC)”.

Justo aquel año, la Ley 106 del Sistema Nacional de Museos de la República de Cuba, se sumaba al cuerpo legal de un Estado altamente comprometido con la salvaguarda de su identidad. Coincidentemente, uno de sus acápites respaldaba el cierre de museos adscriptos a entidades “incumplidoras de sus responsabilidades de custodia y conservación”.

Por esa fecha, ya se manejaba la incorporación del Museo a la red de instituciones de la OHC, “pero las negociaciones se detuvieron en un punto todavía impreciso”, alega la investigadora Orieta Álvarez, mientras afirma que, un año después, aún se estaba a la espera de la cesión del edificio. “Solo a fines de 2010, supimos que no se concretaría el traspaso a la Oficina”.

“De aquella decisión –recuerda Reyes– nos informó el compañero Gustavo Oramas, con un mensaje telefónico –que atribuyó a Danilo Alonso, viceministro del CITMA– de que ‘preparáramos el expediente de extinción, porque la Academia ocuparía el lugar’. Por supuesto, nos tomó por sorpresa. Porque, con el tránsito a la OHC se hablaba del cierre de la unidad presupuestada, pero no del Museo”.

“Es que nunca hablamos de extinguirlo; tampoco fui yo quien comunicó esa información”, subraya el viceministro Alonso. “Por eso, en cuanto los compañeros del Comité Municipal del Partido de La Habana Vieja nos notificaron de esa inquietud, convoqué a una reunión con los trabajadores del ‘Finlay’, a la cual cité a varios compañeros, incluido el presidente de la ACC”.

En aquel encuentro, precisa, “aclaré que una cosa era extinguir la unidad presupuestada y otra, muy distinta, el Museo. Dije, incluso, más o menos con estas palabras, que sería una cuestión insólita, casi de trogloditas, que a alguien se le hubiera ocurrido eliminar los objetos museables, las cosas de valor histórico y patrimonial”.


Polvo, polen, y andamios: un feliz “respiro”, por primera vez en siglos, para un sitio emblemático de la cultura universal. La Oficina del Historiador de la Ciudad ha sido decisiva en el completamiento y ejecución de un presupuesto inicial donado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para las obras constructivas.(Foto: Alexander Isla Sáenz de Calahorra)

Mediaba, resalta, la necesidad de resolver uno de los principales problemas enfrentados por el CITMA, y es el gran número de unidades presupuestadas, muchas de ellas pequeñas, como el propio Museo. “Además, el destino de la Academia, a partir de la actual remodelación del edificio, era ubicarse en esa instalación que fue su sede original”.

Dos años atrás, puntualiza el funcionario, la fusión de ambas instituciones, era un hecho concertado y “simultáneo a esos análisis, no su consecuencia. Hablamos del 2009. Desde entonces venimos revisando la estructura de una manera pausada, pero profunda”. Incluso, la Academia ya había sido responsabilizada con la atención sistemática al MNHC, comenta, y la reunificación debía fluir como un proceso natural.

Pero Orieta Álvarez está insatisfecha. “Con las visiones simplistas de un problema que no es de coexistencia, sino de ética”, reprueba. “Si, como se asegura, todo es parte de un proceso minuciosamente concebido, ¿por qué fuimos los últimos informados? "Y ¿por qué de la forma en que se hizo? Lo injustificable, lo que no es un malentendido, es que los trabajadores estuviéramos al margen. Algo que, encima de todo, ha continuado sucediendo hasta hoy”

“A veces la comunicación tiene sus ruidos”, incluso en la actualidad no está bien establecida entre la ACC y el Museo, admite el viceministro, aunque “prevenido” de esos giros suspicaces de la percepción. “En la reunión con el colectivo del Museo encontré un sentimiento más o menos así: ‘nosotros que hemos trabajado tanto, para que ahora venga la Academia a colonizarnos’. También sucede que esos trabajadores han laborado en condiciones muy difíciles: en medio del polvo, de riesgos de derrumbe… Entonces, yo los entiendo. Además, sienten que han sido poco atendidos”. Aunque, aclara que no ha sido tan así.

Con todo, lo esencial continúa pasando inadvertido: ¿qué Museo podría esperarse de un embrión gestado por humanas diferencias, susceptibles hace mucho de una profunda reflexión? Es curioso, pero a pocos parecieran inquietarles las respuestas, como si las tensas circunstancias en que se dirime ese futuro no obligaran a prever sus efectos sobre el delicado nexo entre la ciencia y la sociedad de hoy.

Verdades en construcción


Si en sus orígenes los museos eran considerados sitios de privilegio, en la actualidad están llamados a erigirse en centros culturales abiertos al protagonismo de la sociedad. En la foto, pioneros de la escuela René Fraga en uno de sus habituales intercambios con el Museo de la Farmacia Habanera. (Foto: Lisset González)

La mañana del 11 de junio, las calles huelen a espuma y a ropa recién colgada. En los contenes, hay gente inmóvil, y en los solares, pasajeros por la vida, como el viejo Felipe Borrell, un cubano típico, memorioso y alegre, vecino de Cuba casi esquina a Teniente Rey.

“¿Entrar al Museo? Un montón de veces”, se anima. “Figúrese que allí pasamos hasta ciclones. Ahora veo a los niños ir y jugar en la puerta. Porque la gente ya no es curiosa. Vaya usté’ a saber por qué”.

Juan Antonio Calderón arrima su taburete. No quisiera contrariar, pero, “le zumba tener que oír ciertas cosas. Que si es para turistas, que si cualquiera no entra… Al ‘Finlay’ lo es-tán reparando, eso es lo que pasa. Mire, allí hubo un director que era como un poeta y ahora hay unas muchachas con mucha preparación”.

Pero, para Aida Wilbis, presidenta del CDR número tres de la zona 15 en el Consejo Popular Plaza Vieja, el aspecto menos favorable del Museo sería, precisamente, su visibilidad. “No se conoce, eso es cierto”, asiente el historiador Pedro Marino Pruna, en lo que considera no solo un achaque del trabajo extensionista, sino “un problema de la ciencia, en sentido general”.

Mireya Ramos, una veterana maestra de 79 años, del centro escolar de referencia René Fraga (Consejo Popular Plaza Vieja), confiesa sentirse al centro de un hallazgo. Hasta hace relativamente poco, no imaginaba el poder de unas herramientas “esenciales en el desarrollo de un pensamiento racional en sus muchachos”. Los museos, dice, no importa su temática, son aulas científicas por excelencia.

Sus alumnos Mélany, Sinahí, Jesica, Paloma y Randy jamás olvidarán los olores del Museo de la Farmacia Habanera ni los fósiles de peces antiguos de la colección nacional de historia natural. Y en las noches de lluvia, cuando los rayos cascan la nuez de la Tierra, saben qué estrellas colgarán sobre los patios, porque La Habana ya tiene Planetario gracias a la ciencia y a la buena voluntad de muchos seres humanos.

Sin embargo, resta muchísimo camino, reconoce Abel Pérez, jefe del departamento de primaria en la dirección municipal de Educación de La Habana Vieja, mientras valora el bajo por ciento de ingreso a carreras de ciencias entre los jóvenes de un territorio, también necesitado de químicos, biólogos, matemáticos y físicos, al servicio de un patrimonio, cuya preservación solo puede ser fruto de un esfuerzo multidisciplinar.

Es parte del objetivo de las aulas-museos impulsadas por la OHC, apunta Gerardo González. “Aquí, en el Museo de la Farmacia Habanera, tenemos un excelente vínculo con el colegio El Salvador (primaria René Fraga). Pero son nexos antiguos. Porque José de la Luz y Caballero fundó ese colegio para rescatar la ciencia de la oscuridad en que estaba sumida. Por tanto, nuestra misión con esa escuela es una deuda histórica.

“Entonces, no tengo dudas del importante papel que podría desempeñar el MNHC, donde han acontecido tantos sucesos descollantes en la historia del país. No solo fue sede de la primera academia cubana de ciencias; también fue el sitio donde Finlay expuso su teoría sobre el agente transmisor de la fiebre amarilla. Allí ocurrió la Protesta de los Trece, el primer congreso feminista en Latinoamérica; allí estuvo Albert Einstein... Aunque, lo más inspirador es que fue en su Paraninfo donde Fidel apostó por el futuro de un país de hombres y mujeres de ciencia”.

“Sueño con ese espacio ideal para canalizar inquietudes, encontrar talentos y fundar vocaciones”, confiesa la socióloga María Antonia García, ex trabajadora del Museo. “Hablamos de un escenario social complejo, matizado por su alta densidad poblacional y condiciones de hacinamiento”, donde la simple mesa de una biblioteca podría significar la tabla de salvación de muchísimas inteligencias, advierte.


Comparadas con las de perfil social y humanístico, las bajas cifras de graduados de carreras de ciencias naturales y matemáticas en La Habana Vieja, dan cuentas de un fenómeno universal de especial connotación local. (Fuente: Departamento de Estadísticas-MES, tabla: Sarah S. Jiménez)

Pero, hay razones para estar preocupados, asevera Orieta Álvarez, investigadora y secretaria del núcleo del PCC en el centro: “En el último encuentro con la Academia de Ciencias, nos sorprendió una visión, a mi juicio elitista, sobre un público que apuntaría a científicos, delegaciones extranjeras, estudiantes de carreras biomédicas…”. Y aquello que pareció “un absurdo”, quedó como un calco en la memoria de los presentes, recuerda Reynaldo Pérez, subdirector del MNHC.

Danilo Alonso, viceministro del CITMA, era “casi un espectador” durante aquella reunión de octubre de 2010, donde el presidente de la ACC, doctor Ismael Clark, “expuso su concepto” a los trabajadores. “Dijo que había que pensar si aquel seguiría siendo un lugar abierto a todo el público, o distinguir entre público especializado y general. Pero que seguiría atendiéndose a la conservación del patrimonio, y a la documentación de esa entidad.

“Como Ministerio no hemos evaluado si será un museo abierto o no al público general, si contemplará o no un grupo de investigación… Tampoco soy el indicado para hablar sobre un destino final, porque no hay nada definido al respecto”, puntualiza Alonso, siete meses después de aquel polémico pronunciamiento.

Pero, ¿cómo salvará su deuda pública una institución científica a la cual solo tengan acceso personas especializadas en el tema? “Solo se logrará preservando el patrimonio material e inmaterial allí atesorado”, afirma el presidente de la ACC, por igual fecha. Y añade que las salas, biblioteca y Archivo podrán recibir visitantes sin que medie distinción.

En este punto, respira la polémica. Aunque, bajo la lupa de esta cronista de ciencias, el feliz desenlace comienza a ser bienvenido como una espinosa verdad en construcción.

Examen de conciencia

Créalo o no, el mundo ha girado hasta hoy. Lo prueba el tiempo que es la variable tangible del progreso, y también de su antítesis, no siempre llamada regresión. No es frecuente tildar de retrógrada, por ejemplo, la idea de que la ciencia es “asunto de expertos”, aun cuando hace solo tres siglos, el público común llegó a ser el testigo favorito de una experimentación necesitada de observadores para legitimarse.


Juan Antonio Calderón, vecino de calle Cuba, aguarda esperanzado por el rescate del Museo que custodiara por años. (Foto: Alexander Isla Sáenz de Calahorra)

Entonces, no existían presupuestos como “público (no) especializado”, muy convenientes a una “sabia” que se inventó la distancia entre el hecho científico y el escrutinio popular. Hoy, la barrera público-experto ha pasado a ser un pacto tan socialmente aceptado que pocos humanos se cuestionan su papel en un mundo tecnocientífico del cual tendrían legítimo derecho de autor.

Ahora mismo, el destino del MNHC pone sobre el tapete la realidad de un problema que trasciende las limitaciones materiales, metodológicas, de prioridad, e incluso las

accidentadas relaciones entre una entidad científica y una institución museística –“al margen de las decisiones sobre su propio futuro”, según afirman los miembros de un

colectivo, encima, disminuido en un 60 por ciento de su fuerza laboral en solo unos años–.

Bajo la epidermis, subyace la “concepción heredada” de una ciencia llamada a superar su propia marca en sus vínculos con una sociedad preparada para las preguntas, pero, sobre todo, urgida de las respuestas. ¿Qué garantías ofrecen las actuales circunstancias para un replanteamiento de los fines y funciones de un Museo compelido a recuperar tiempo y espacio, a trascender la vitrina de su “especificidad”?

La restauración del edificio de Cuba 460, y aún más, el retorno de la Academia de Ciencias a sus predios, deberían ser saludados como un homenaje a aquellos primeros patricios, en cuyos fardos cargados de cera de frutas, aves, peces y mamíferos, viajaba, tal vez, la semilla de aquella certeza que, parafraseando al genio de Clemenceau, llamaríamos ciencia: “asunto demasiado serio como para ser dejado únicamente en manos de científicos”.

*Al cierre de este número la situación se mantenía sin cambios relevantes
(Publicado en Juventud Técnica (http://www.juventudtecnica.cu/Juventud%20T/2011/dilemas/paginas/museo%20de%20la%20ciencia.html), No.362, septiembre-octubre del 2011)