Las probables rutas seguidas para llegar a América y el modo en que se produjo su colonización primigenia avivan constantes polémicas científicas. En torno a ese proceso, el doctor Alejandro Terrazas, de la Universidad Autónoma de México, esgrime una visión reveladora de mayores complejidades acerca del poblamiento del continente
Por Flor de Paz
No sabían los primeros humanos que atravesaron el estrecho de Bering que habían llegado al único continente deshabitado del planeta, aunque el desafío de un ecosistema desconocido y diferente les hiciera intuir el advenimiento de un “mundo nuevo”.
Entre 40 mil y 20 mil años atrás sitúan numerosos investigadores el intervalo de un primer desplazamiento humano por el continente americano, cuando toman en cuenta particularidades climatológicas propicias en el puente geográfico por el que atravesaron desde Asia a finales del pleistoceno superior.
Sin embargo, los restos arqueológicos hallados en esta región no evidencian esa antigüedad estimada. “En América apenas hay una docena de yacimientos con fósiles humanos cuya cronología supera los diez mil años”, según enuncian los estudios recogidos por Eudald Carbonell en el libro Homínidos: las primeras ocupaciones de los continentes.
Esta aparente contradicción es vista por el doctor Alejandro Terrazas Mata, encargado del Laboratorio de Estudios de Prehistoria y Evolución Humana del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Autónoma de México (UNAM), como una resultante de la carencia de “huellas” de los primeros pobladores americanos, debido a la desaparición de los glaciares que abarcaban en esa época buena parte del norte del planeta.
Si los primeros pobladores cruzaron por el estrecho de Bering -reflexiona el antropólogo físico-, tuvieron que recorrer grandes extensiones de tierra helada. En esas regiones del extremo norte del continente nunca vamos a encontrar evidencias; estas empiezan a aparecer por el estado de Nueva York, y más al sur, por lo que ya no pueden considerarse de poblaciones primarias.
En todas direcciones
Las hipótesis más aceptadas por la comunidad científica acerca del poblamiento de América recurren a modelos de migraciones directas y simples. Estas describen un primer ingreso, protagonizado por las llamadas poblaciones paleoamericanas, y un segundo momento, en que se identifican humanos de filiación mongoloide conocidos como amerindios.
Según estos criterios, el grupo primigenio, de muy baja densidad demográfica y movimiento lento, dejó escasas huellas; mientras que el siguiente, de unos 12 ó 13 mil años de antigüedad, reemplazó al primero con una tasa de crecimiento tal que en menos de mil años pobló todo el continente. Fueron sus integrantes los portadores de una tecnología que en Estados Unidos se conoce como Clovis.
Pero esta idea lineal de movimiento de norte a sur, de solo dos migraciones antagónicas entre sí, que se reemplazan una a la otra, es considerada sumamente simplista e irreal por el doctor Terrazas.
El ser humano no se comporta así, señala. “A donde llegamos nos relacionamos con las poblaciones locales, creamos antagonismos y alianzas, relaciones humanas muchísimo más complejas. Tenemos el ejemplo cercano del llamado encuentro de las dos culturas, entre europeos y americanos. Y vemos que lo primero que hacemos los humanos es reconocernos entre sí, biológica y reproductivamente, una forma importante de conocer al otro, de estar en contacto directo. Tuvo que haber sido así a finales del pleistoceno en América”.
Este análisis, y la diversidad biológica de los fósiles hallados en el continente inducen al antropólogo mexicano a pensar que los movimientos de los primeros habitantes de América fueron como el de los átomos: en todas direcciones, dependiendo de las condicionantes del momento, de cada población y lugar. “Y, al parecer, con tecnologías ya diversificadas”.
Falta encontrar los restos humanos más antiguos del continente -acota-, pero los que tenemos, de entre 11 mil 600 y ocho mil años, pertenecen a muchos grupos distintos. “A algunos, como los de Lagoa Santa, en Brasil, podemos llamarlos paleoamericanos (con cráneos alargados y caras verticales y angostas), porque tienen cierta unidad biológica. En cambio, en Tequendama, en la sabana de Bogotá, a una altura enorme sobre el nivel del mar, con un clima de templado a frío, no es la misma gente.
“Al sur de México, en Quintana Roo, hallamos un grupo adaptado al trópico, de baja estatura, cráneos relativamente redondeados y ya gráciles, porque vivieron en condiciones de gran humedad. Otros, como los de Kennewick, en Estados Unidos, tienen cráneos alargados y pudieran confundirse con un brasileño. Sin embargo, hay detalles que indican la diferencia: son altos y robustos, adaptados al clima frío.
“De modo que tenemos una gran diversidad en todo el continente y reducirla a dos poblaciones, que arribaron en solo dos momentos temporales diferentes, no tiene nada que ver con la realidad. Minimizar esa complejidad a modelos demasiado simplificados es traicionarla”, agregó el Doctor en Ciencias antropológicas de la UNAM.
“Por esas razones nos oponemos a esta hipótesis de dos oleadas migratorias que se sustituyen una a la otra, afirma. La evidencia empírica nos lo indica: el estudio de los cráneos y de los cuerpos humanos en su conjunto en todo el continente conduce a que ese modelo tradicional no puede ser real”.
Diversidad tecnológica
Otro asunto que ha llamado la atención de arqueólogos y antropólogos es la diversidad de la industria lítica hallada en América, “en algunos casos irreconocible, sin ninguna característica que permita asociarla entre sí.
“Por ejemplo, en el sitio Monte Verde, Chile, predominan las herramientas de lascas exclusivamente extraídas de núcleos irregulares y, sin embargo, con la misma materia prima y tecnología fueron encontrados allí dos cuchillos bifaciales preciosos. Es decir, que los habitantes prehistóricos del lugar conocían la tecnología bifacial, pero no les interesaba; su tecnoeconomía no lo requería y no perdían el tiempo en practicarla.
“Los de Norteamérica, los Clovis, sí desarrollaron esas puntas bonitas que caracterizan a su industria lítica, pero como elemento de identidad. No las necesitaban para matar a un mamut, su sentido era social, por eso les importaba tanto”.
- ¿De qué modo se pobló entonces el continente?
- Tuvo que haber ocurrido hace unos 20 mil años por una población probablemente muy compleja, no eran mongoloides, sino premongoloides que venían de África. Sabemos que entraron al continente americano, pero que también algunos regresaron a Asia. Solo así se explica la diversidad genética de los dos continentes.
“Desde el punto de vista ecológico, el problema no era entonces cruzar a América, sino adaptarse a otras condiciones climáticas y a nuevas enfermedades, pero contaban con tecnología y con una concepción de la subsistencia basada en el aprovechamiento de todo cuanto estuviera a la mano.
“Ellos nunca se dieron cuenta de que habían entrado a otro continente y de que estaban colonizando un nuevo ecosistema; fueron pasando de generación en generación”.
En cambio –acota el científico-, en Europa los cromañones eran africanos que fueron a vivir al clima frío y debido a que ya tenían una tecnología que los protegía de las bajas temperaturas mantuvieron en parte sus características originarias hasta el mesolítico. En América, cuando son hallados nuevos restos es evidente la adaptación biológica al clima”.
Nuevos rumbos
“Los restos humanos de las cuevas sumergidas de Quintana Roo en el contexto del poblamiento de América”, a cargo del doctor Alejandro Terrazas, fue una de las conferencias magistrales pronunciadas en el pasado congreso cubano Anthropos 2011.
“Estos huesos tienen el potencial de dar otra explicación al surgimiento del hombre americano; primero, porque fueron hallados en una región donde nunca se habían encontrado restos humanos; segundo, porque tienen una morfología diferente a todo lo que se había visto en el continente”, señaló el científico.
El hallazgo, ocurrido en el 2006, replantea todo lo que hasta ahora sabíamos sobre el poblamiento de América. Si regresáramos diez mil años en el pasado, al Pleistoceno, veríamos que en el continente americano los grupos humanos respondían a dos grandes patrones biológicos: el de los paleoamericanos (al que pertenecen los restos más antiguos hallados hasta ahora), y el del amerindio, que exhibía cráneos redondeados y caras cuadradas, sumamente parecidas a las de los indígenas actuales.
“Sin embargo, lo hallado en Quintana Roo no se ajusta a ninguna de estas pautas, más bien tiene características intermedias. Al comparar el cráneo mejor conservado de nuestra colección, el de la Mujer de Las Palmas, con calaveras de todo el mundo (tanto pleistocénicas como modernas), vemos que no se parece ni a las paleomericanas ni a las amerindias, sino a un grupo de fósiles de diez mil años de antigüedad del sureste de Asia”, expuso Terrazas.
“Por tanto, este descubrimiento en las cuevas sumergidas de Quintana Roo, pone en tela de juicio todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre el origen del hombre americano”. (Tomado del Boletín UNAM, http://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2010_517.html)
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