domingo, 21 de noviembre de 2010








El eminente investigador cubano Carlos Juan Finlay, nacido el 3 de diciembre de 1833 en la ciudad de Camagüey, reveló al mundo una nueva forma de trasmisión de las enfermedades




Por Flor de Paz

El doctor Carlos Juan Finlay Barrés es uno de los hombres que mayor servicio ha prestado a la humanidad. Con su brillante descubrimiento y la aplicación de sus principios epidemiológicos pudo ser erradicada en todo el mundo la mortífera fiebre amarilla urbana. Pero su obra científica es aún más trascendente.
Como creador de la teoría del vector biológico o el hallazgo de una nueva vía de trasmisión de las enfermedades, universalmente denominada doctrina finlaista, hizo posible despejar el sendero por donde transitan todas las patologías que requieren de "un agente, completamente independiente de la enfermedad y del paciente, para trasladar el mal de un afectado a un sano", tal como lo reveló por primer vez el propio Finlay en la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington.
Contaba el sabio en ese momento con 48 años de edad, y había dedicado ya más de dos décadas de su vida al estudio de la fiebre amarilla, desde su graduación en los Estados Unidos, en 1855.
Sin descanso, el científico se consagró al conocimiento de ciencias que le permitirían adentrarse en el fenómeno biológico de la fiebre amarilla. Se autopreparó en ramas del saber como la climatología y la entomología; estudió la entidad desde el punto de vista clínico, bacteriológico, anatomo-patológico y epidemiológico y halló los caminos que lo llevarían a la solución de dos grandes problemas presentes en la medicina de la época: el de concebir una nueva forma de trasmisión de las enfermedades y el de encontrar la manera de demostrarlo.
"Describe en detalle las partes del insecto, sus funciones, y apunta observaciones originales de alto valor... Nos da su historia y distribución geográfica y, ante todo dato que aporta, hace el razonamiento oportuno que lo lleva a su demostración final", escribe Cesar Rodríguez Expósito en la más conocida biografía de Finlay.
Así trabajó el sabio durante su larga existencia, que sobrepasó los ochenta años. La energía vital y talento inherentes a su personalidad no quedaron extinguidos ante el logro de la meta científica: durante una parte importante del final de su vida Finlay se dedicó a la organización de la sanidad pública en Cuba. Sobre la genialidad del incansable investigador y acerca de esta última etapa de su desempeño narra otro de sus historiadores:
"La laboriosidad del Dr. Finlay es pasmosa. En medio del trabajo constante de su profesión y de la producción frecuente de escritos sobre asuntos de Patología y de Terapéutica, en los que se adelanta generalmente a sus compatriotas, como puede verse en sus trabajos sobre la filaria y el cólera, encuentra tiempo por ejemplo, para descifrar un antiguo manuscrito en latín, haciendo acopio de datos en fuentes históricas, heráldicas y filológicas para comprobar que la Biblia en que aparece el escrito hubo de pertenecer al Emperador Carlos V en su retiro de Yuste, o trabaja en la resolución de problemas de ajedrez, de altas matemáticas o de filología; o elabora complicadas y originales teorías sobre el Cosmos en las que figuran hipótesis atrevidas sobre las propiedades de las substancias coloideas y el movimiento en espiral. Más recientemente, en medio de la labor mecánica y cansada de una gran oficina del Estado, y cumplidos ya los setenta años, se familiariza, hasta conocer a fondo toda la doctrina de la inmunidad y las teorías de Metchnikoff, Ehrlich, Muchner, presentando su propia concepción del intrincado problema".
La fiebre amarilla y el Aedes aegypti
Finlay había visto con claridad que el fenómeno de la trasmisión de esta enfermedad requería de la presencia de tres factores: una persona susceptible, un enfermo en el período en el que el virus circula en la sangre y un elemento biológico que llevara el microorganismo del enfermo al sano, después de haber hecho un recorrido en el cuerpo del vector.
Eso no lo había dicho nadie antes. Su hallazgo no se reduce a la identificación de un mosquito que pica y enferma, sino a la revelación de una teoría. El científico parte de los mencionados principios y estudia 600 variedades de mosquitos para llegar a conocer cuál era el trasmisor urbano de la difundida fiebre amarilla y es así como arriba a la conclusión de que solo la hembra del Aedes aegypti era capaz de explicar toda la historia natural de la enfermedad.
Otra de las genialidades de Finlay es haberse dado cuenta de que cuando el mosquito pica extrae un elemento vivo, aunque todavía en ese momento desconocía si se trataba de una bacteria, un protozuario o un virus.
También advirtió que si una persona es picada a los cuatro días de que el insecto chupó sangre enferma, la fiebre amarilla se presenta en una forma leve, pero que si pasa más tiempo la forma es grave, porque va adquiriendo más virulencia.
Finlay, para llegar a su hallazgo, utilizó el método investigativo de ensayo y error, evaluando todas las ideas e hipótesis de su tiempo. Esta elaboración, puramente intelectual, consistió en soslayar el desconocimiento que se tenía del origen o causa de la fiebre amarilla y enlazar los conceptos contagionista y anticontagionista y de enfermo infeccioso y sano susceptible, con la vieja observación de la presencia de insectos durante las epidemias de fiebre amarilla.
Fue un largo proceso que tuvo uno de sus momentos cumbre cuando Finlay hace la exposición completa de su teoría ante la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en agosto de 1881, mediante el conocido trabajo científico El mosquito hipotéticamente considerado como agente trasmisor de la fiebre amarilla. Allí el investigador muestra una doctrina, con evidencias prácticas implícitas en un grupo de 51 inoculaciones experimentales, perfectamente estudiadas y protocolizadas. Pero aún tendrían que transcurrir otros veinte años para que la confirmación y puesta en práctica de sus principios epidemiológicos hicieran posible la eliminación de la fiebre amarilla en Cuba.
La mortalidad por esta enfermedad fue llevada a cero en el transcurso de los dos años siguientes al 1902 con la erradicación del Aedes aegypti. En 1905, reapareció con 22 defunciones, "pero esta vez la salud pública cubana, bajo la dirección del doctor Finlay, la eliminó definitivamente del país a partir de 1908".*
La cimiente es sembrada por Finlay
Este hombre de ciencias, que en los inicios del siglo XX contaba con alrededor de 70 años de edad, no sólo pudo ver realizado el objetivo al que había dedicado la mayor parte de su existencia, sino que fue denominado en mayo de 1902 como jefe nacional de Sanidad y del Departamento de Sanidad Municipal de La Habana, cargos que desempeñó hasta 1909.
Como auténtico conocedor de las grandes vulnerabilidades a que se exponía la vida y la salud de sus contemporáneos, una de las primeras decisiones que toma es la de cambiar el nombre de la Comisión de Fiebre Amarilla, que él presidía hasta ese momento, por el de Enfermedades Infecciosas, para ampliar así sus funciones al estudio de otras afecciones trasmisibles. Al frente del grupo nombra al doctor Juan Guiteras.
Del mismo modo tomó enérgicas medidas contra la tuberculosis, la fiebre tifoidea puerperal, el paludismo, escarlatina, lepra y cólera. En ese contexto también fue fundado el Dispensario Furbuch y se inició la obra del sanatorio La Esperanza.
Finlay creó las bases de la escuela cubana de higienistas de principios de siglo, que consiguió el alto logro de que posteriormente se elevara a categoría ministerial la organización de salud pública en Cuba.

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