Por Flor de Paz
El por qué de la primera salida homínida fuera de África, el continente originario de la mayoría de nuestros antecesores, es todavía un tema polémico entre los científicos que se dedican al estudio de la evolución humana. Numerosas hipótesis han tratado de explicar este acontecimiento, que marcó importantes pautas en el devenir del género Homo.
Una de las explicaciones más recientes se fundamenta en los hallazgos de numerosos restos humanos de 1,8 millones de años (m.a.) en los yacimientos georgianos de Dmanisi y en una crisis climática ocurrida en África en esa misma etapa cronológica.
En el conocido asentamiento euroasiático ya había sido descrito anteriormente la especie Homo georgicus. Su descubrimiento testimonió que los humanos habían llegado a esta región del mundo mucho antes de lo que se pensaba hasta ese momento. Pero a los numerosos restos humanos obtenidos en Dmanisi, se suma ahora un esqueleto postcraneal o del cuerpo, que proporciona nuevos e importantes datos sobre la evolución de nuestro género, por su proximidad temporal y física a los fósiles del registro arqueológico africano.
Con los hallazgos de Dmanisi se han transformado todas las concepciones que se tenían sobre el momento en que los homínidos llegaron a Eurasia, sus características físicas y desarrollo tecnológico, aun cuando apenas se ha excavado el cinco por ciento de estos yacimientos.
Además de la presencia de Homo georgicus en la región caucásica, los científicos involucrados en el proyecto georgiano han podido elaborar una respuesta para explicar el por qué estos homínidos necesitaron salir de su entorno originario y migrar hacia regiones antes inexploradas por ningún miembro del género Homo, ni de sus antecesores Australopithecus y Parántropos.
“Cada vez más se impone la idea de que no solo la primera dispersión fuera de África, sino todas las migraciones humanas hasta tiempos relativamente recientes y durante el largo proceso de la evolución (más de cinco millones de años), son consecuencia de los cambios climáticos. Los homínidos siempre fueron objeto de esas variaciones y solo muy recientemente ocurre lo contrario”, explica el Profesor Jordi Agustí, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), de Tarragona, España.
El Homo sapiens actual –señala- provoca las alteraciones que se producen en el clima, pero hasta hace muy poco, en términos evolutivos, los seres humanos siempre fuimos una consecuencia del cambio climático.
Dmanisi: a las puertas de Eurasia
El Cáucaso constituye –aún en la actualidad- una zona de características excepcionales. Al sur de esta gran cadena montañosa se concentra uno de los últimos refugios de la vegetación subtropical que durante el Mioceno y el Plioceno cubrió buena parte de Europa. Ello es consecuencia de las particulares condiciones climáticas que se dan en este territorio, bordeado por los mares Caspio y Negro. Asimismo, la muralla caucásica constituye una barrera eficaz frente a los fríos y secos vientos del norte. Estas favorables condiciones se encontraban todavía más acentuadas a principios del Pleistoceno, cuando un brazo de aguas someras conectaba a los mencionados mares con el norte del Cáucaso y la región aparecía como una amplia península que comunicaba con la zona del Próximo Oriente, a través de la región de Dmanisi.
“Por allí podrían haber dirigido sus pasos, hace 1,8 millones de años, arcaicas poblaciones de homínidos que vivían en el extremo septentrional del Ritf africano, para poder perpetuar su modo de vida en los bosques”, explica el Profesor Jordi Agustí.
“Estos primeros homínidos que salieron de África, a diferencia de lo que se pensaba hasta hace muy poco, eran muy arcaicos y estaban vinculados a un hábitat de bosques, no de sabanas; dato que puede explicar la presencia de individuos tan antiguos (1,8 millones de años) en el extraordinario yacimiento de Dmanisi. Ese es un punto de vista que comparto con David Lordkipanidze”, agrega.
Según la concepción predominante hasta ahora, la primera migración humana fuera de África había sido relacionada con la aparición de los avanzados Homo ergaster (de entre 1,8 y 1,4 millones de años de antigüedad y una capacidad craneal de 800 y 950 centímetros cúbicos). Las innovaciones anatómicas y tecnológicas de esta especie permitieron que se elaborara un escenario en el que la primera colonización humana en Eurasia apareciera asociada a un significativo aumento de la capacidad craneal y al desarrollo de nuevas facultades locomotoras.
Sin embargo, los hallazgos de Dmanisi refutan esa hipótesis: los humanos que llegaron a la región caucásica tenían entre 600 y 750 centímetros cúbicos de capacidad cerebral y características anatómicas diferentes a las de Homo ergaster.
Las extremidades inferiores de Homo georgicus se asemejan mucho a las humanas (lo cual incide en sus características locomotoras) - subraya el Profesor David Lordkipanidze -, pero las superiores son más primitivas.
“Practicó la tecnología lítica denominada Modo I u Olduvayense (fabricó herramientas muy simples como lascas de piedra sin retocar o cantos tallados). Era carroñero y jugó un papel muy importante en los ecosistemas que habitó al entrar en competencia con otros depredadores.
“Los restos encontrados en el yacimiento de Dmanisi demuestran que la primera salida de los homínidos de África estuvo protagonizada por especies más arcaicas que el Homo ergaster y más próximas al Homo habilis (2,3-1,3 m.a.)”.
El profesor Jordi Agustí considera por su parte extraordinaria la importancia de los yacimientos de Dmanisi: “No solo por lo que puede aportar en el futuro; ahora mismo, a partir de los hallazgos del esqueleto postcraneal, recientemente publicado en la revista Nature, este yacimiento nos ofrece información acerca de cómo eran las primeras formas de nuestro género en África. Son datos mucho más fiables de los que existen en ese continente, porque allí el registro es muy discontinuo y los restos han sido reconstruidos a partir de miles de fragmentos.
“La conservación de los restos homínidos de Dmanisi es extraordinaria. Por tanto, este yacimiento no solo va a proporcionar las claves de la primera salida de África sino también las del origen del género Homo en el continente africano”.
-La forma de vivir en África que tenían los homínidos antes de emigrar a Asia varía mucho con respecto a la que después practicaron en Dmanisi?
-Probablemente no era muy diferente. Homo georgicus tenía un cerebro un poco mayor que un Australopithecus (uno de los géneros que antecedió a Homo). Por tanto, necesitaban un aporte de proteínas que no sacaban de la caza, porque eran más presas que depredadores; el alimento lo obtenían como carroñeros y también de la médula de los huesos que rompían con sus útiles. Esta forma de vida no varía mucho en relación con la que tenían en el este africano.
- Por eso usted piensa que en ese momento los homínidos formaban parte de todo el sistema ecológico?
-Sí. Nuestra historia es la historia de la independización del medio. Primero, como presas, formamos parte básica de la pirámide ecológica; luego, cuando nos convertimos en cazadores, en depredadores, nos situamos en la cúspide de ese sistema.
“A partir del neolítico, nos apartamos de la pirámide ecológica. Y en lugar de estar influidos por el medio natural, empezamos a cambiarlo a nuestro favor, con las consecuencias que sufrimos actualmente.
- Los restos humanos pleistocénicos de Dmanisi (1,8 m.a) y de Atapuerca, y específicamente, los de la Sima del Elefante (1,2 m.a.), del propio complejo arqueológico burgalés ¿tienen alguna relación?
-Es muy interesante que en Europa Occidental aparezcan ahora restos de homínidos próximos a la edad de los de Dmanisi. Ya sabíamos de la existencia de industrias líticas con una cronología cercana al yacimiento georgiano. En Europa está presentes, por ejemplo, en Orce, Granada, y en la propia Atapuerca. Pero no teníamos testimonio físico de los homínidos que fabricaron esas herramientas de piedra; no teníamos forma de investigar cómo eran aquellos seres humanos.
“El nuevo hallazgo de un molar de homínido de 1,2 millones de años, en la Sima del Elefante, Atapuerca, proporcionará las primeras claves para obtener esa información, y también para saber si se trata de una segunda migración o de un desplazamiento directo de los seres humanos de Dmanisi hasta la Península Ibérica”, agrega el Profesor Agustí.
-Entonces, de una manera u otra todos venimos de África?
- Todas las evidencias apuntan a que venimos de África por partida triple, porque probablemente hay varias migraciones fuera del continente africano y la que originó al Homo sapiens es la última. Eso no quiere decir que cada vez se vea más claro que no solo fue un viaje de ida, sino también de vuelta. Los homínidos viajaron de África a Asia y viceversa, y de Asia a Europa. La historia parece ser más complicada de lo que imaginábamos hasta hace algunos años.
“En el transcurso de solo una década nuestro panorama de esta parte de la evolución humana ha cambiado extraordinariamente, en relación con la primera salida de África y el conocimiento de lo ocurrido en los últimos dos millones de años. Nuestro punto de vista se ha enriquecido de manera considerable, gracias a sorpresas como las que nos ha ofrecido Dmanisi”, concluyó el investigador.
David Lordkipanidze es el responsable de las investigaciones y excavaciones del yacimiento del Pleistoceno inferior de Dmanisi. Su equipo de trabajo mantiene una estrecha colaboración científica con el Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), y también con el Proyecto Atapuerca.
El profesor Lordkipanidze también es Director del Museo Estatal de Georgia (Tiblisi) y del Departamento de Geología y Paleontología del Georgian Center for Prehistoric Research. Es profesor visitante de varias universidades, como la de París y Harvard. Tiene más de 60 publicaciones científicas en revistas como Science, Nature, Quaternaire y L´Anthropologie. Ha participado y dirigido numerosos proyectos de investigación. Recientemente fue nombrado miembro de la National Academy of Sciences de Estados Unidos.
Jordi Agustí forma parte del equipo internacional que participa en el proyecto arqueológico georgiano. Es profesor de Investigación en el Instituto de Paleoecología Humana de la Universidad de Rovira y Virgili, en Tarragona, y miembro de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Como paleontólogo su actividad científica se ha centrado en la paleobiología de los macromamíferos fósiles. Ha publicado más de 200 artículos en revistas científicas de ámbito internacional y dirigido diversos proyectos de investigación en Europa sobre la evolución de los ecosistemas terrestres durante el Neógeno y el Cuaternario. (Publicado en el periódico Juventud Rebelde, marzo de 2008)
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