Afirma Eudald Carbonell, codirector del Proyecto Atapuerca, uno de los más representativos grupos del mundo dedicado a la búsqueda de evidencias arqueológicas del Pleistoceno y al estudio de la evolución humana
Por Flor de Paz
Foto: Jordi Mestre
Cuenta Eudald Carbonell que de niño, cuando disfrutaba los calurosos veranos en Santa María de Besora, un pueblecito de la provincia de Barcelona, le entretenía recoger fósiles en el campo. Con apenas cinco años, cada día volvía a la casa de sus abuelos con los bolsillos del pantalón repletos de animales prehistóricos fosilizados.
El propio día en que lo conocí, en su atiborrada oficina de la Universidad de Tarragona, en España, supe cómo durante los diez años previos a su ingreso en los estudios superiores, realizaba ya excavaciones arqueológicas. Descubrí también que apenas es posible sacar de este hombre unas pocas palabras sobre sí mismo. El sentido de su vida y el tema de sus conversaciones es la evolución humana.
Convertido en un investigador tenaz, ha explorado a lo largo de tres décadas cada palmo de la Sierra de Atapuerca, en una aventura científica que le ha permitido explicar la presencia humana en Europa durante el último millón de años y describir la especie de homínido más antigua de ese continente: el Homo antecessor.
En cada rincón de la prometedora montaña están las huellas de su voluntad y su saber. Sucesivas campañas de excavaciones han permitido a Eudald, y al equipo de investigaciones de Atapuerca, revelar el estimable potencial en cuanto al patrimonio fósil que guarda este yacimiento en sus entrañas.
La evolución humana no es un proceso lineal en el que una especie sucedió a la otra, comenta el notable profesor con la pasión de un escolar dibujada en su rostro. “Más bien se concibe como árbol, con su tronco y sus ramificaciones. Ya lo había dicho Darwin. Así emergió el género Homo y sus especies hace 2,9 millones de años. De ese macizo solo queda una pequeña hoja: el Homo Sapiens.
“Nuestro origen está en África. Evolucionamos durante tres millones de años a través de distintas especies. Después, nos esparcimos por otras regiones.
“En Europa, por ejemplo, existió el Neandertal, que vivió en este continente y en el oeste de Asia unos 300 mil años y desapareció hace unos 24 mil. No sabemos exactamente cuáles fueron los factores de su desvanecimiento. Algunos colegas plantean que se debió a la llegada del Homo sapiens a Europa, entre 40 y 50 mil años; otros creen que la causa de su extinción fue un cambio climático. Hay quienes pensamos, además, que las cuestiones genéticas fueron muy importantes en la desaparición de esta especie”.
Siguiendo los atajos de la evolución humana, el también catedrático de Prehistoria de la Universidad Rovira y Virgili, de Tarragona, explica que antes de los neandertales Europa fue habitada por el Homo heidelbergensis (ampliamente representado en Atapuerca). “Al mismo tiempo en Asia vivió el Homo erectus. Este último también desapareció cuando el Homo Sapiens entró en esas latitudes.
“El predecesor de heidelbergensis fue el Homo antecessor. Lo descubrimos en Atapuerca”, asegura Eudald con la naturalidad de un hombre que se siente hacedor del más común de los oficios.
“Han pasado diez años desde que la revista Science publicara nuestra propuesta de una nueva especie para el género Homo y hasta ahora ningún científico ha ofrecido datos que refuten esa definición. Por el contrario, los numerosos restos fósiles hallados sistemáticamente durante los últimos años en el nivel seis del yacimiento de la Gran Dolina (donde vivió este homínido en Atapuerca) han ido esclareciendo cada vez mejor sus características, entre las que sobresale la práctica del canibalismo como una costumbre cultural. Su procedencia, africana o asiática, es todavía un tema en discusión”.
En orden regresivo –señala el Doctor Carbonell Roura- tenemos a la especie africana Homo ergaster, que emergió hace 1,8 millones de años; antes existieron Homo rudolfensis y Homo habilis. Esta última es considerada por algunos paleontólogos como un Australopitecus y no un Homo.
“Por lo tanto, entre dos y tres millones de años atrás existieron en África tres grandes géneros: Homo, Australopithecus y Parántropos”.
Firme defensor de que el conocimiento sobre la evolución humana es determinante en la forma de ser y pensar del Homo sapiens, Eudald asegura que solo es posible enfrentar el serio peligro que corre nuestro planeta si cada vez más logramos transformar el conocimiento en pensamiento.
Así, concede singular importancia a la divulgación de los resultados investigativos, “pues es responsabilidad de los científicos, que después de publicar artículos en medios especializados de impacto y en libros, revistas y periódicos de todo tipo, pasemos a la divulgación directa de nuestras ideas”.
“Hominización no es humanización”
A la vez que investiga, publica e imparte clases en la Universidad Rovira y Virgili, Eudald Carbonell, con su plenitud de 54 años, encabeza el Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirige el Proyecto Atapuerca.
Capaz de dedicar tiempo suficiente al diálogo, aún en medio de su agitado quehacer profesional, le escucho reflexionar antes de entrar a una de sus conferencias.
“Soy consciente de que somos el producto de una serie de adquisiciones socializadas que han aportado energía suficiente a nuestro género para convertirnos en Homo sapiens. Pero la búsqueda que hago del pasado me ha conducido a tener un interés obsesivo por el futuro, porque quiénes somos posiblemente continúe siendo la pregunta más difícil de contestar.
“El cerebro se nos ha hecho grande y más complejo; ha habido una progresiva encefalización de nuestra capacidad de transformar y el entorno nos ha transformado. La ciencia y la tecnología finalmente han pasado a ocupar un espacio preponderante en nuestra organización social, a consecuencia de la evolución integrada, y por lo tanto, del proyecto de hominización y humanización.
“Gracias a la ciencia y a su aplicación –señala- podemos modificar los mecanismos naturales y adaptarlos a la necesidad de obtener energía, y esta, a la vez, la usamos para conocer nuestra composición biológica y para saber cómo se produce el desarrollo cultural”.
Con audacia y picardía distintivas me regala al final de nuestro diálogo una sentencia premonitoria. “Nos encontramos inmersos en una dinámica de rápido crecimiento de las relaciones de producción, pero aún así, todavía no somos capaces de transferir toda la energía obtenida a todas las partes del sistema. Esto quiere decir que, desde mi perspectiva, todavía no somos humanos”. (Publicado en la revista Juventud Técnica, noviembre-diciembre de 2007)
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