Por Vicente Berovides Álvarez*
De gran valía para la conservación
de las especies ha resultado la teoría de
la especiación ecológica de Charles Darwin.
Los trabajos del naturalista inglés fueron tan
abarcadores en cuanto al proceso del origen de las especies que le hicieron
llegar a la comprensión de cómo, aún sin aislamiento físico, la
heterogeneidad de las condiciones ambientales en una gran área podía conducir a
la adaptación local y de ahí a la especiación
(especiación ecológica), concepto que no
fue admitido como tal durante mucho tiempo.
La vigencia y vínculo de
este postulado con la llamada conservación de las especies es raigal y reside
en el propósito mismo de preservar poblaciones que, perteneciendo a una misma especie,
evidencian disímiles historias evolutivas por tener suficientes diferencias resultantes
de su adaptación local, en un momento en que la extinción se está produciendo a
unas tasas muy superiores a las normales por causas predominantemente humanas. El
entendimiento del fenómeno desde este enfoque contribuye al manejo de tan
acuciante problema.
La comprensión de dicha evidencia requiere en la
actualidad del conocimiento del escenario de los procesos evolutivos, que se
compone de tres niveles básicos: genes, especies y ecosistemas.
Son los genes, como causas últimas, los que determinarán la persistencia o no
de una especie, pero como causas próximas están las interacciones ecológicas
concretas de los individuos y las poblaciones en un ecosistema dado, que a
través de la selección natural, permiten las adaptaciones a las condiciones
ambientales locales presentes.
En este sentido, las nuevas perspectivas que aporta la
genética, al pasar de los genotipos individuales (como principal objeto de
análisis) a la genómica de las poblaciones y especies, precisan ser
incorporadas al arsenal de trabajo de la genética de la conservación. Muchos de
estos nuevos enfoques se refieren básicamente
a la naturaleza genética del carácter estudiado, lo que arroja luz
cuando se interpreta la naturaleza adaptativa de los caracteres considerados en
un programa de conservación.
Así han podido determinarse las bases genéticas de importantes caracteres
adaptativos y la acción de la selección natural de los genes específicos para
ellos en estudios como los del tamaño
del pico en los pinzones de Darwin, las alas de los murciélagos y la armadura
pélvica del pez espinoso. En dichos trabajos y, en otros realizados con los peces cíclidos
de los lagos africanos, se confirma la teoría de la especiación ecológica de Darwin.
Las investigaciones más actuales sobre genética cuantitativa también
aportan información valiosa para la conservación, en término de cuáles son las interacciones
de diferentes componentes del valor adaptativo, señalando entre ellos a los
efectos maternos, la interacción genotipo-ambiente y la variación entre
diferentes regiones del genoma.
La genómica ecológica, nueva rama de genómica, también aporta su granito
de arena a la conservación. Estudios de este tipo en la mosca Drosophila, han demostrado la presencia en
su genoma de un alto nivel de limitaciones a la selección natural y signos de
frecuente selección adaptativa recurrente. Por contraste, el mismo estudio en
la planta europea Arabidopsis, ofreció un panorama contrario al de Drosophila. Estos resultados sugieren
que el tamaño y la estructura poblacional (precisamente los aspectos más
afectados en las especies amenazadas), muy diferentes en ambas especies,
contribuyen a estas diferencias.
Entre 1859 y 1871 Darwin pensó que su
teoría de la selección natural, a través de la supervivencia diferencial, no
podía explicar caracteres extravagantes en los machos de ciertas especies como
las astas de los ciervos y la cola del pavo real, ya que él pensaba que dichos caracteres
disminuían, no aumentaban, la posibilidad de supervivencia.
Por consiguiente, razonó que más importante que sobrevivir era
reproducirse y que cualquier carácter heredable que ayude al éxito en la
competencia por la obtención de pareja tendería a expandirse por la especie,
incluso si ello comprometiera la supervivencia de su portador. A este proceso
él le llamo selección sexual, idea
que desarrolló en 1871 en su obra de, La
Descendencia del Hombre y la
Selección en Relación al Sexo.
Una definición
actual de la selección sexual establece que ella es un componente de la
selección natural individual, que se crea por las presiones que machos y
hembras ejercen entre ellos mismos, al competir por las parejas y elegir entre
parejas potenciales.
De manera que, la selección
natural es la supervivencia y reproducción diferencial de los individuos
más adecuados a las condiciones ambientales existentes, independiente de su
sexo, mientras que la selección sexual es la reproducción
diferencial de individuos, en dependencia de sus atractivos y eficiencias
sexuales. Esta última es cualitativamente diferente de la selección natural y puede explicar ciertos cambios evolutivos
radicales que la otra no es capaz de revelar.
Acerca de la selección sexual Darwin estableció que de
todas las causas que han producido diferencias en la apariencia externa de los
sexos en ciertas especies animales, esta es una de las que ha jugado un papel importante,
debido a que acelera los procesos evolutivos. Dicho tipo de selección se enfoca
en las novedades visuales, acústicas y conductuales del sexo que corteja
(generalmente los machos) hacia el sexo que elige (generalmente las hembras).
Las
modificaciones que resultan de la selección
sexual son, con frecuencia, tan pronunciadas, que muchas veces han sido
clasificados los dos sexos como especies distintas. Estas diferencias deben
tener, sin dudas, la mayor importancia.
La teoría de la selección sexual constituyó una idea
radical en la época de Darwin, pues se trataba de un concepto que carecía de
precedente científico. Por otra parte, convenció al naturalista de que la evolución radicaba más en un proceso de
reproducción diferencial de individuos que de supervivencia-diferencia. Así Darwin reconoció que los agentes causales del proceso
de selección sexual fueron, literalmente hablando, los cerebros y cuerpos de
los rivales sexuales y de las parejas potenciales y que no solo los machos,
sino también las hembras, influyen en la evolución de las especies.
Esta última idea colocó
a las mujeres en un papel clave en la evolución humana, perspectiva que puso en
una posición incómoda a muchos biólogos de la época. Que los machos compitieran
por las hembras (incluyendo a los humanos), no era una novedad, pero la
posibilidad de que las hembras eligieran a sus parejas, de forma inconsciente o
consciente, era un hecho totalmente inconcebible. Por eso, la publicación de
Darwin sobre la selección sexual en 1871 tuvo una fría recepción y fue virtualmente olvidada.
En esta obra, el naturalista también relacionó
la selección sexual en humanos con el incremento en tamaño y complejidad del
cerebro (por selección mutua de ambos sexos), el dimorfismo sexual (considerando
a los varones más velludos, valerosos, belicosos, enérgicos y fuertes) y los
mecanismos de selección sexual de tales caracteres.
Además vinculó la
selección sexual con el dimorfismo sexual entre los grupos de descendencia (mal
llamadas razas), en especial el color de la piel; las diferencias en cuanto a facultades
intelectuales, lenguaje, voz y habilidad para la música, entre sexos y grupos
de descendencia.
Otros elementos
que Darwin tomó en cuenta como influyentes en la selección sexual fueron el
criterio de belleza femenina y masculina (en especial las valoraciones de los
varones hacia las mujeres).
Como causas que
limitan el accionar de este tipo de selección señaló la promiscuidad, el infanticidio,
los matrimonios precoces y la segregación de la mujer y asimismo definió sus
modos de actuar: la competencia entre individuos del mismo sexo y la elección
de un sexo por el otro.
El carácter único
de la selección sexual en la especie
humana también fue subrayado por Darwin: los varones eligen hembras y las
hembras eligen varones como pareja, considerando diferentes caracteres sexuales
altamente elaborados (esto también ocurre en algunas especies de aves).
Posteriormente, la teoría sintética moderna de la evolución del año
1930 fue capaz de reconocer la competencia
entre machos como una subclase de selección natural y los ornamentos
extravagantes de estos como objetos de intimidación a otros machos y de reconocimiento de
especies, aunque el rol electivo de las
hembras fue ignorado.
La aceptación de
la selección sexual como un hecho
científico tuvo su emergencia alrededor
de 1972. Esta se basó en estudios experimentales, en modelos matemáticos
y en su demostrada influencia en insectos, aves
y primates. La mayoría de los criterios vertidos por Darwin sobre estos
aspectos han sido bien confirmados en la actualidad y son apoyados por las observaciones
referidas al espacio dedicado en la corteza
primaria sensorial y motora del cerebro humano a las manos, labios, lengua y
genitales, lo cual refleja la importancia selectiva del cortejo, juegos
precopulatorios y copulación en nuestra especie, así
como a las diferencias entre los grupos de descendencia (africanos, europeos,
etc.) en relación con el color de la piel y la pilosidad corporal, donde la
selección sexual actuó y aún actúa junto con la selección natural, siempre en interacción con el complejo ambiente socio cultural
propio de los humanos.
En resumen, la
elección recíproca en ambos sexos humanos para caracteres físicos y mentales a través del cortejo de los
varones y la elección de las mujeres, hicieron que se fijaran en nuestro genomagenes preferencias y deseos
específicos y formas de pensar creativas, ingeniosas
e inteligentes que afectaron de forma diferencial los cerebros de varones y
mujeres. Así nos condujeron a la amabilidad y
la honestidad en el amor.
Si bien estas diferencias son pequeñas en comparación con
las semejanzas de los cerebros de ambos sexos y producidas por causas últimas
(evolutivas), ellas se reflejan en mayor o menor medida en nuestras conductas,
incluidas las sexuales. Muchos sociólogos no dan importancia a estas
diferencias, pero ellas están ahí y lo que debemos hacer es aprender a
reconocerlas e integrarlas como causas de conflictos individuales y sociales.
Actualmente, la
teoría de la selección sexual es un
área de intensa investigación en la biología evolutiva, etología, antropología
e incluso en psicología, rama esta de la
cual ha surgido la llamada psicología
evolutiva.
Increíblemente, a
más de 140 años de la publicación de esta idea darwiniana, Descendencia del Hombre y la selección en relación al sexo aún
aguarda por una cuidadosa y repetida lectura, que todavía puede generar nuevas
ideas sobre este fascinante y cercano problema de nuestra especie: ¿cómo se
compite por qué se elige a una pareja? Darwin dio el cómo de
estos hechos y el avance científico actual ha dado el porqué.
Dos especies de aves amenazadas: la cotorra y el almiquí, ambas con poblaciones que poseen adaptaciones locales.
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El
origen africano de la especie humana
Sin ningún
conocimiento previo sobre anatomía comparada o genética Darwin pudo intuir que
dada la gran semejanza externa que poseen los grandes monos africanos (gorila y
chimpancé) con los humanos, África debió de ser cuna de nuestra especie, dando así
respuesta a la pregunta ¿Dónde se originó Homo
sapiens?, aunque durante la primera mitad del siglo XX, y contrario a lo
planteado por el científico, se ubicó su emergencia en el Próximo Oriente.
En la
actualidad, dos interpretaciones de la evolución de los humanos primitivos y
modernos intentan explicar dicha cuestión, basadas en los modelos multirregional
(la especie humana emergió en varias regiones del viejo mundo) y el del origen
exclusivo africano. Ambos se basan en mediciones de las distancias genéticas
entre las poblaciones humanas, pero los
estudios moleculares (en especial con el ADN) e inmunológicos, demuestran que
hay una mayor distancia genética entre las poblaciones del Homo sapiens nativas de África y todas las demás poblaciones
humanas, lo que apoya el origen exclusivamente africano.
Los primeros homínidos africanos del género Homo, fueron H. habilis y H. rudolfensis, que posteriormente
fueron sustituidos por H. ergaster. Este último se diseminó por muchas regiones
de Eurasia hace cerca de un millón de años y dio origen en África, al antecesor
inmediato de nuestra especie.
El modelo de
surgimiento africano mantiene que los humanos modernos, los H.
sapiens, se originaron en África, más al sur del Sahara hace entre 200 mil y
100 mil años. Más tarde, estas poblaciones también salieron del África hacia otros continentes, a lo largo de determinadas
rutas. En cada región donde se
instalaron, remplazaron a las poblaciones arcaicas descendientes de los H. ergaster que los precedieron.
En apoyo a
este modelo, los fósiles más antiguos de H.
sapiens que se conocen provienen del África y estaban enterrados en
antiguos sedimentos arenosos del poblado de Herto, un área ubicada 230 kilómetros al
nordeste de Addis Abeba, capital de Etiopía. La similitud de los cráneos de los
“homínidos de Herto” en forma y tamaño con los humanos modernos (Homo sapiens) es tan grande que los
científicos lo atribuyen a la misma especie. Además, el arpón de hueso afilado
y otras exquisitas herramientas encontradas en Zaire sugieren que las
poblaciones de África eran igual de diestras para fabricar herramientas que las
poblaciones de Homo conocidas
previamente en Europa.
En esencia, el legado de Darwin se relaciona fundamentalmente con la
manera de ver la naturaleza como un ente dinámico, en eterno cambio, pero también con la
posibilidad de interpretar todos los fenómenos biológicos por mecanismos
evolutivos que pueden ser analizados por los científicos.
Sus postulados también, y sobre todo, están vinculados con el
conocimiento de nuestro origen como una especie más del reino animal, aunque
muy peculiar, surgida por un maravilloso proceso de transformación de cierta
especie de mono superior, que culminó con los seres psico-socio-culturales y
racionales que hoy somos, para bien o para mal de nuestro planeta Tierra.
Para las ciencias biológicas, los mecanismos propuestos por Darwin y
otros nuevos que aún se están descubriendo, son suficientes para explicar
nuestro origen animal y las adaptaciones y diversidad del mundo viviente.
* Vicente Berovides Álvarez es doctor
en ciencias biológicas, Profesor de Mérito y Titular de la Facultad de Biología,
de la Universidad de La Habana. Es especialista en genética, ecología y
evolución. Ha publicado 10 libros sobre evolución humana, diversidad biológica,
ecología y conservación, de los que se han derivado más de 200 artículos
científicos en revistas nacionales e internacionales.
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