miércoles, 18 de junio de 2008

El costo de ser madre en el Pleistoceno



















Escena
heildelbergensis, en la Sierra de Atapuerca. (Ilustración: E. Saíz)


Por Flor de Paz
El parto de las hembras de Homo heidelbergensis, de medio millón de años de antigüedad, fue menos doloroso que el de las humanas modernas. Las pelvis de esas homínidas del Pleistoceno medio europeo eran más anchas que las caderas de las mujeres actuales y los cráneos de sus bebés, más pequeños que los de nuestra especie.
A estas conclusiones pudo arribarse mediante el estudio de los restos óseos de heidelbergensis (especialmente de una pelvis muy completa), descubiertos en la Sima de los Huesos, uno de los yacimientos más prolíficos de la Sierra de Atapuerca, ubicada en Burgos, España.
Numerosos datos han podido extraerse de los fósiles de estos homínidos, debido a la abundancia de restos encontrados. Pero con el vertiginoso avance de la arqueología y otras ciencias relacionadas, los científicos aspiran a llegar mucho más lejos. En la actualidad, además de las referencias aportadas por las referidas osamentas prehistóricas, se avanza en la reconstrucción hipotética de algunas dimensiones fisiológicas de Homo heidelbergensis.
Uno de estos modernos análisis es Costes energéticos de la gestación y la lactancia: implicaciones sociobiológicas para las poblaciones del Pleistoceno, de la Doctora Ana Mateos Cachorro, miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA) y del Centro Nacional de Investigación de Evolución Humana (CENIEH), quien presentó su trabajo en las sesiones del II Seminario Internacional de Paleoecología Humana: Nuevos avances, celebrado en Burgos.
Según ha definido la experta, el propósito es establecer una perspectiva teórica sobre el costo reproductivo, desde el punto de vista energético, y presentar algunos datos acerca las poblaciones fósiles del pleistoceno medio en Europa.
Para aproximarse al comportamiento de esos procesos en seres tan alejados en el tiempo, la autora partió de datos de chimpancés y de humanos actuales, y asumió que las historias biológicas de ambos podían dibujar un espectro de posibilidades que incluyera a las especies fósiles humanas.
“Así extrapolamos datos sobre la reproducción de sapiens a la población de los heidelbergensis de la Sima de los Huesos. De esta última, tomamos elementos paleobiológicos y paleodemográficos como la esperanza de vida, la edad de la menarquía y la duración de la gestación y la lactancia. También nos basamos en el comportamiento reproductivo de grupos de cazadores recolectores vivos”, refirió.
Costo de la maternidad
La Doctora Mateos Cachorro está convencida de que, desde el punto de vista del gasto calórico, resultaba muy costoso ser mujer en el Pleistoceno y, sobre todo, ser madre gestante y lactante.
El gasto energético que en esta etapa de la prehistoria requirió una homínida para la gestación fue muchas veces el doble del que demanda el embarazo para los humanos actuales, debido a diferencias morfológicas entre una y otra especie.
“Al comparar la complexión física de las heidelbergensis con la de las sapiens, vemos que se duplica en las primeras. Su necesidad energética asciende a casi 3 400 calorías durante el proceso de lactancia, a las que añadir el costo del metabolismo basal, la actividad diaria y las demandas de la cría”, explica la científica.
Durante el Pleistoceno medio –señala- debemos suponer que la etapa gestacional de las heidelbergensis también duraba nueve meses, pero la lactancia requería de tres a cuatro años. Este último dato ha podido conocerse gracias a una serie de alteraciones visibles en el esmalte de los dientes de los fósiles descubiertos en la Sima de los Huesos. “Esas ‘marcas’ pueden significar un cambio de dieta: los pequeños dejan de alimentarse de la madre y empiezan a incorporar alimentos sólidos”.
La lactancia es uno de los procesos más costosos a nivel bioenergético, debido a que la hembra tiene que incrementar su eficiencia metabólica e ingesta calórica.
“Las madres heidelbergensis precisaban nutrirse muy bien, porque a esa carga de una lactancia prolongada se añadía la de transportar a sus criaturas”.
En la población estudiada –acota Mateos Cachorro-, el aporte calórico y el gasto energético imprescindible para que una madre pudiera mantenerse como gestante y lactante, estuvieron en relativo equilibrio. Estas homínidas gozaban de una buena nutrición, aún cuando el gasto reproductivo era enorme, y las hembras de la Sima de los Huesos tenían cuerpos muy robustos.
El género Homo: ente social
A la hora de analizar a cualquiera de las especies de nuestro género no puede obviarse la dimensión social que siempre ha caracterizado al Homo.
“La cantidad de tiempo, energía y recursos que machos y hembras invierten en sus crías ha tenido importantes consecuencias en la evolución del comportamiento social de nuestra especie Homo sapiens, pero en el Pleistoceno también resultaba imprescindible el apoyo familiar. Incluso hay investigadores afiliados a la idea de que en este período las crías no pertenecían a sus progenitores sino al grupo”, refiere Mateos Cachorro.
En nuestro modelo de historia biológica –argumenta-, la niñez ha supuesto una enorme ventaja evolutiva respecto a otros primates. Esta fase del desarrollo humano ha permitido cambios en la estructura sociobiológica de nuestra especie en lo que a modelos de crianza se refiere. Los humanos evolucionamos como criadores cooperativos, en situaciones en las que las madres confiaron en la atención alomaternal de otras hembras para asegurar la disponibilidad de recursos alimenticios, sociales y emocionales de la prole.
-El parto humano es social y cooperativo. ¿Qué ha estudiado sobre su desenvolvimiento en el Pleistoceno medio?
-Lo hemos tratado muy someramente. Queremos profundizar en la relación existente entre la anatomía de la pelvis de las heidelbergensis y el gasto energético que podían requerir en ese momento tan importante.
“Sabemos que estas homínidas tenían un parto totalmente humano (diferente al de otros primates). Las hembras de heidelbergensis también necesitaban ser asistidas por sus semejantes, debido a que sus bebés, igual que los nuestros, precisaban rotar dos veces por el canal del parto”.
-¿Piensa dar continuidad a esta investigación sobre la maternidad de las homínidas de la Sima de los Huesos, en Atapuerca?
-En relación con este modelo de gestación y lactancia que hemos creado me gustaría investigar sobre cómo funcionan las estrategias que utiliza el Homo heidelbergensis para compensar el gasto energético que les provocan ambos procesos reproductivos. Me interesa saber qué calidad tenía la dieta de estas poblaciones y cuán nutritiva era la alimentación de las madres, concluyó la Doctora Ana Mateos Cachorro.















“A través de la Paleobioenergía pueden estudiarse numerosos procesos fisiológicos, pero nos hemos dedicado a la reproducción porque pensamos que constituye nuestra clave como especie”, explica la científica española Ana Mateos Cachorro, miembro del Equipo de Investigaciones de Atapuerca. (Foto: Flor de Paz)


Otro estudio
Dentro de la sesión de Paleobioenegía y Paleoecológía, que se desarrolló en el II Seminario Internacional sobre esos temas, celebrado en Burgos, España, la Doctora Ana Mateos Cachorro, estimó entre los trabajos más interesantes el presentado por Cara M. Wall-Scheffer, de la Universidad de Seattle (Washington), Estados Unidos, sobre los costos energéticos de las madres homínidas en el transporte de los recién nacidos.
“Hizo un estudio que completó mi perspectiva del gasto energético materno durante la gestación y la lactancia. Ella profundizó en la biomecánica de la pelvis y de los brazos, y en la velocidad que podían alcanzar las madres con sus hijos cargados. También realizó una comparación acerca de las diferencias existentes entre el gasto energético requerido cuando se lleva a la cría en brazos y cuando se utiliza algún utensilio de soporte para el bebé.
“Es un experimento que realizó con mujeres reales, sus ayudantes de laboratorio. A la vez, estudió las dimensiones de los huesos de los brazos de los neandertales e infirió su estudio de mujeres actuales a poblaciones de esa especie fósil.
El entorno en que vivió el heidelbergensis burgalés
Caracterizada por un clima que alternaba entre períodos frescos y templados, la Sierra de Atapuerca estuvo habitada durante el Pleistoceno medio por leones, osos, rinocerontes y grandes ciervos. Abundaban, asimismo, pinos de varios tipos de robles, hayas y olivos.
Homo heidelbergensis, antepasado de los neandertales, también ocupó la montaña burgalesa en ese período, tal y como lo demuestran los hallazgos de restos óseos humanos en la Sima de los Huesos y Galería, dos yacimientos del complejo arqueológico Atapuerca.
La Sima de los Huesos se localiza en el interior de la Cueva Mayor, en el fondo de una sima de 14 metros de caída. Los esqueletos allí descubiertos corresponden al menos a 28 cadáveres y a una misma población biológica. La causa de esa concentración de restos es desconocida, pero la hipótesis que los científicos consideran como más probable es que fueron depositados allí por sus congéneres. Si es así, esta sería una de las primeras muestras de ritual funerario en la evolución humana.
Los heidelbergensis eran altos y corpulentos (alrededor de 1.90 centímetros de altura y aproximadamente 90 kilogramos de peso), con cerebros de unos 1200 centímetros cúbicos. Sus cráneos presentan un considerable reborde óseo sobre las orbitas, prognatismo facial medio, dientes pequeños, ausencia de mentón y miembros muy robustos.
Estos homínidos conocían muy bien la Sierra de Atapuerca e instalaron allí sus campamentos en cuevas y al aire libre. Eran cazadores, recolectores y carroñeros; tallaban la piedra, el hueso y la madera. No solamente aprovechaban los recursos que les ofrecía su entorno para obtener alimentos; también procesaron materiales de origen vegetal y animal para realizar determinadas manufacturas. Gracias al análisis traceológico de los instrumentos líticos se sabe que trabajaban la piel y la madera.
Esta especie debe su nombre al yacimiento alemán de Heidelberg. Homo heidelbergensis probablemente sea un descendiente de Homo antecessor, homínido que habitó la Sierra de Atapuerca hace alrededor de medio millón años. (Publicado en el periódico Juventud Rebelde, 17 de junio de 2008)

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