Sin abandonar el contacto directo con el
enfermo, razón de ser de su vida, asumió el encargo de trabajar en el
enfrentamiento a las enfermedades infecciosas. ¿Sus mayores arrestos? La
dirección de instituciones como el Sanatorio de Santiago de las Vegas y el
Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, IPK
Por Flor de Paz. Fotos: de la
autora y cortesía del entrevistado.
En la coyuntura devenida tras el cambio de
gobierno de Eisenhower a Kennedy, lo conminaron a ser piloto, “porque
era lo que hacía falta”, y llegó a volar algunos aviones, aunque cuando estaba
en la altura se preguntaba qué hacía allí.
Consta en su diario, donde solo escribe
sucesos que le impresionan, que jamás le ha perdido el miedo a esos aparatos. Y
tanto, que la noche anterior a un viaje se mantiene despierto y así puede
quedarse dormido durante todo el vuelo.
“De ser piloto me salvó Fidel, cuando llamó a
la alfabetización. Esa fue mi oportunidad de dejar la aeronáutica. Enseñar pasó
a ser lo primero y finalmente, años después, pude ingresar en la Escuela de
Medicina”.
Nacido el siete de julio de 1945, Jorge Pérez
es el segundo hijo de una pareja feliz. Cree que de su madre heredó el espíritu
de solidaridad, la energía vital y la capacidad de “ver las cosas claras”. Del
padre recuerda su inteligencia y organización, su actuar coherente entre el
decir y el hacer.
“Él murió muy pronto, pero a mi madre la tuve
más tiempo. Vivió hasta los 94 años. El
dolor de su pérdida todavía no me deja escribir sobre ella. Era una mujer muy
perspicaz y especialmente en una ocasión llegó a asombrarme.
“Yo estaba en Estados Unidos dando clases en
la Universidad de Harvard y sentí un dolor precordial que me asustó. Decidí
regresar a Cuba enseguida, pero antes la llamé para avisarle de que en unos
días estaría de vuelta. Inmediatamente, ella me preguntó:
— ¿Dónde sientes el dolor? A mí tú no me
engañas.
“Del aeropuerto fui a verla, como hacía
siempre, e insistió nuevamente en el tema. Yo le decía: no 'vieja', no estoy
padeciendo malestar alguno. Pero a Fina no se le podía engañar. Cuando salí de
su casa llamó a mis amigos, a mi mujer. Al ver al cardiólogo y descubrir que
padecía una obstrucción coronaria de la que tenía que operarme fuera de Cuba no
supe cómo enfrentar a mi madre. Le dije que necesitaba hacerme una prueba en
otro país, pero no me creyó. En realidad, como yo no sabía si iba a poder
sobrevivir, antes de irme hice una comida familiar, y la única que estaba
llorando era ella”.
La silla difícil
Encabezar el Instituto de Medicina Tropical (IPK)
le cayó encima como un mazazo, aunque le honra el desafío que el fallecido Profesor
Gustavo Kourí dejó en sus manos hace casi tres años. El noble orgullo desborda
la mirada de este hombre audaz y ocurrente, y el tono de su voz se agrava al
recordar el día en que su amigo se fue. Solo habían transcurrido dos meses de
que le pidiera sucederlo.
En ese momento casi todas las direcciones
principales del complejo investigativo-hospitalario, del que ha formado parte
durante más de tres décadas, pendieron de su intelecto; le tocó sentarse en la
“silla difícil” y, definitivamente, su jornada de trabajo de cada día se
extendió hasta la una o las dos de la madrugada.
Y fue
así, sin tiempo para pensarlo, que el doctor Jorge Pérez Ávila se convirtió en
otro de los herederos de la tradición de los Kourí, enrumbada por Pedro, el
progenitor de Gustavo, quien durante los años de la república inauguró en la
Isla el desarrollo de la parasitología. Y luego, continuada por el hijo, conductor
de la medicina tropical en Cuba”.
|
- Dirigir
el IPK, uno de sus grandes desafíos. En la foto, el Consejo de dirección
del Instituto.
|
En los primeros años de ejercicio médico su
interés profesional había seguido otros derroteros. Solía enrolarse entonces en
el tratamiento de los casos más graves y en quienes habían sufrido un infarto
del miocardio. La muerte de su padre, resultante de un evento cardíaco, atizó
su necesidad de salvar vidas.Fue Jorge el cómplice más cercano que tuvo
Gustavo desde la etapa en que comenzó a edificarse el nuevo IPK, a principio de
la década de los 80, hasta un día del año 2011 en que este le dijo: “quédate en
mi lugar”.
La búsqueda de nuevos conocimientos delineó
también desde aquella época cierto estilo en su quehacer en el que el trinomio investigaciones-asistencia-comunicación
se impondría como una constante. Así llegó a la farmacología clínica[i]
y a una maestría de la especialidad en la Universidad McGill, de Montreal,
Canadá.
De regreso a Cuba revolucionó en el aula los
contenidos de la especialidad en la cual había obtenido avanzados
conocimientos. El médico que nunca dejará de ser continuó en la sala de terapia
intensiva del Calixto García y, a la vez, a cargo del departamento de
Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana (UH).
Recuerda que era feliz, “hasta que un buen día
me dicen que tenía que irme a trabajar al IPK. No podía entenderlo; yo no sabía
nada de parasitología, pero el rector de Ciencias Médicas en esos años de la
década de los 70 solo argumentó que era preciso que cumpliera esa tarea.
“Al llegar me sorprendió encontrar a Gustavo. Lo
conocía como vice-decano docente y vice-rector de la UH, pero en aquellos momentos
empezaba a revitalizar el Instituto y había solicitado a la instancia académica
una persona que supiera hacer investigaciones clínicas. Me dijo: 'eres joven,
puedes aprender de medicina tropical'. Y allí me quedé”.
|
Con el
Profesor Gustavo Kourí compartió la amistad y el propósito común de llevar
adelante el desarrollo de la Medicina Tropical en Cuba. (Foto: Cortesía
del entrevistado).
|
A la cabecera del paciente
No transcurrió mucho tiempo para que el doctor
Jorge Pérez se entregara con tenacidad a la labor en el IPK. Llegó allí en 1978
y tan pronto se dio cuenta de que el diagnóstico del paludismo dependía de los
técnicos, se incorporó con aquellos conocedores al aprendizaje de la “lectura”
de las láminas de gota gruesa. Porque, “¿y si ellos se equivocaban?, el responsable
del paciente era yo”.
En Cuba se había erradicado esta enfermedad
desde 1967, pero entre 1974 y 1988 durante las guerras en Angola y Etiopía cientos de cubanos fueron allá. Otros tantos
africanos, vinieron a estudiar aquí. “Había que aplicar el tratamiento requerido
de inmediato para que la enfermedad no se propagara en el país”.
Varias campañas en Angola y el desafío de un paludismo
resistente a la cloroquina (antimalárico), que estaba afectando gravemente a muchos
colaboradores cubanos, le llevó a formular el fármaco IPK1, cuya aplicación
consiguió revertir la crítica situación en muy poco tiempo. Aquel fue el primer protocolo que el doctor
Jorge Pérez dirigió en el Instituto.
Mucho más aprendería sobre las enfermedades
tropicales en la década de los 80 con quienes venían de África infectados por
diferentes patologías. Y luego, en universidades de Liverpool, Londres, Chicago, Cleveland y Tanale, Gahna —donde
estuvo presente por encargo del Profesor Kourí y mediante el Tropical Disease Research (TDR), un programa
especial de la OMS para la investigación en ese campo.
|
Jorge cuando escalaba la Gran Muralla China |
Inmerso en este universo científico, le llegó
el cargo de vicedirector de atención médica del IPK y, codo a codo con Gustavo,
se centró en el proyecto de edificación constructiva y humana del Instituto.
Nunca le ha gustado dirigir, confiesa. Pero reconoce
en su sensibilidad y amor por el ser humano la razón por la que ha aceptado hacerlo.
“Siempre y cuando no me vea obligado a abandonar la asistencia médica. Décadas
atrás, porque era muy joven para dejarla y ahora porque tengo demasiado experiencia”.
A la cabeza de las investigaciones que
respaldaron la certificación de los medicamentos antirretrovirales de
fabricación nacional contra el VIH, que aplicados desde el 2001 consiguieron
detener la mortalidad provocada por esta infección, estuvo el doctor Jorge
Pérez, quien asimismo ha dirigido los estudios clínicos de las tres vacunas
contra el virus que se han formulado en Cuba. La última, de perfil terapéutico,
se halla en fase I de estudio clínico.
La troica de Pérez
De frente al primer paciente diagnosticado con
el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) en Cuba, el doctor Jorge Pérez se
vio ante el dilema humano que significaba comunicarle la infección que padecía.
“Fue como dictarle una sentencia de muerte que nadie se atrevía a pronunciar, pero
el paciente ya soportaba una enorme incertidumbre y, llegado el momento, era
preciso decirle la verdad.
“Para entonces ya me sentía retado por esta
epidemia y había leído incansablemente sobre el VIH y la enfermedad que
provoca. Tras aquel primer diagnóstico,
comencé a atender extranjeros que vivían con el virus en el país, hasta que un
día el doctor Terry (viceministro de Salud Pública) me pidió que asumiera la
dirección del Sanatorio de Santiago de las Vegas. Sorprendido, solo puse una condición:
que me permitieran continuar con mis funciones en el IPK. Y así fue, durante
las mañanas estaba en el Instituto y por las tardes me iba para el Sanatorio.
|
Con
Caristina Cañas Lugo, su enfermera durante 35 años.
|
“Pero nunca
imaginé que dirigir un sanatorio resultara tan difícil. Era la época de Gorbachov
y la perestroika. Y llegué al Sanatorio haciendo muchos cambios. Los pacientes me
decían: 'esta es la perestroika'. Y yo jocosamente les respondía: 'no, esta es
la troica de Pérez que soy yo. Y en nada se parece a la perestroika, porque a mí
no me gusta Gorbachov'”.
De aquellos 12 años al frente del Sanatorio le
quedaron experiencias muy enriquecedoras estrechamente vinculadas al ejercicio
de la medicina del cuerpo y del alma. Muchas de ellas han sido narradas por él
mismo en sus dos libros titulados Confesiones a un médico. Pero quizás,
entre los saldos más importantes de su entrega en aquellos años se halle el
haber sido el precursor del tránsito al régimen ambulatorio de las personas con
VIH, iniciado a fines de la última década del siglo XX. También, su incidencia
puntual en la humanización de la enfermedad, al ubicar sus complejidades en numerosos
espacios del entorno social. El doctor Jorge
Pérez se convirtió así en un héroe para muchos de sus pacientes.
|
Las
distintas ediciones de sus libros Confesiones a un médico han sido
vehículo de su ininterrumpida labor comunicadora y de humanización del VIH
SIDA.
|
— ¿No
ha sido una carga demasiado pesada lidiar con los disímiles problemas de sus enfermos?
— El médico está preparado para tratar de no
afectarse con el sufrimiento de las demás personas. Y digo trata porque a mí hace
poco se me murió una paciente que yo quería mucho. Entré en su habitación un
poco antes de que falleciera y salí de allí llorando como si fuera un familiar
mío. La atendí durante 20 años y en ese tiempo compartimos éxitos, amistad,
cariño. Coño, ¡quién no iba a sentir esa muerte!
“En contraposición, experimento gran dicha
cuando indico un tratamiento correcto, consigo sacar al enfermo de una
complicación o compruebo que está sin
carga viral detectable, con un buen nivel de células de defensa contra el VIH, cumpliendo
con los medicamentos”.
–Ahora
usted toma parte activa en la preparación de nuestros médicos para combatir el
ébola en África occidental. ¿Cómo evalúa esta nueva y riesgosa labor?
—
Como un compromiso que pone a prueba nuestra
capacidad para el sacrificio y nuestra voluntad humanista.
|
En
Ginebra, a pocas horas de dado de alta Félix Báez, su primer paciente con
ébola. A la derecha, el doctor Gerome Pugin, jefe del equipo que atendió
al médico cubano. (Foto: Cortesía del entrevistado).
—¿Cuál
es su definición de la honestidad?
|
—Es el reverso del egoísmo, el individualismo,
la autosuficiencia.
—
A estas alturas ¿qué le sorprende?
— Que a
veces exista tanto orgullo y desprecio en el ser humano.
— ¿Dónde
y cuándo es feliz?
— Cuando me siento reconocido y percibo que
las cosas me salen bien, con mi familia y con mi yo interno.
— ¿La
muerte?
— Algo cotidiano que los médicos tratamos de
evitar y de alejar; pero que como el nacimiento, rodea a la vida. Uno se regocija
cuando logra que la persona tome precauciones tan simples para alejarla como
dejar de fumar, beber y tener relaciones sexuales sin condón.
— ¿Y la
vida?
—
Algo grandioso. Un tumulto de pasiones, así lo
expreso en uno de mis poemas.
[i] El especialista dedicado a la
farmacología clínica es un corrector de la terapéutica de acuerdo al movimiento
de los medicamentos en cada una de las enfermedades y pacientes.