jueves, 20 de mayo de 2010

“La Habana: un enorme sitio arqueológico”




Dialogo con Roger Arrazcaeta Delgado, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad.






Por Flor de Paz
Picoleta en mano, el arqueólogo se dispone en cada jornada al levantamiento de consecutivas capas estratigráficas, entre las cuales ha de identificar el transcurso del tiempo o las huellas de la intervención humana. Su labor no es sencilla, requiere de esfuerzo físico e intelectual. Infinitas horas de trabajo duro reclama este oficio para quien inmerso en las profundidades de la tierra ha de “ver” en un fragmento óseo o cerámico el atisbo de una conclusión histórica o al menos, su formulación hipotética.
En ese bregar diario, han transcurrido los primeros 22 años de existencia del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, una institución que desde su nacimiento, el 14 de noviembre de 1987, se ha dedicado a indagar sobre los orígenes de esta urbe, surgida en 1519.
“Con nuestras investigaciones contribuimos a explicar cómo nació y creció la Ciudad, dónde estuvieron los primeros núcleos poblacionales, qué características tuvo la adaptación de los colonos españoles a este espacio y cómo explotaron el medio en qué vivieron”, señaló Roger Arrazcaeta Delgado, director del Gabinete desde hace más de una década.

Otro objetivo de este centro científico ha sido brindar apoyo a la restauración inmobiliaria. Numerosos edificaciones coloniales de La Habana carecen de planos fundacionales o de memorias arquitectónicas escritas. El método arqueológico permite registrar y fundamentar esa historia que está implícita en las estructuras murarias.
Mediante la estratigrafía o estudio de los estratos arqueológicos –subraya Arrazcaeta Delgado- podemos “leer” la evolución constructiva de una edificación desde el techo hasta el subsuelo y así podemos formular una visión más completa de la ciudad.
“El método arqueológico nos ha facilitado también estudiar la cultura cotidiana de los pobladores que vivieron en La Habana desde su surgimiento hace casi 500 años; las diferentes clases sociales a que pertenecieron sus habitantes y hasta la procedencia de muchos de los objetos que utilizaron”.
Es conocido que, por su posición estratégica como llave de las Indias y lugar donde se concentraban las flotas que venían de América para regresar a España cargadas de los tesoros, nuestra ciudad fue favorecida por el comercio oficial de España, que en esa época era muy reducido y controlado por la Metrópolis. En Cuba, y en particular en La Habana, se suscitó un gran comercio de contrabando debido a las dificultades que tenían otras colonias de la América hispana para obtener suministros.
Según el investigador, estos hechos históricos son constatados mediante la evidencia material que aparece continuamente en el subsuelo de la Ciudad. “La Habana es un rico y enorme sitio arqueológico donde hay mucho qué investigar y siempre con resultados.
“Pero, a pesar de los esfuerzos que hace el Estado cubano y la Oficina del Historiador por salvar este valioso patrimonio, se necesita de muchos recursos para que pueda ser rescatado. También de una mayor sensibilidad ciudadana en el cuidado de cuanto se restaura.
“Es significativo lo que se pierde y lo que está en peligro, debido a la antigüedad de las edificaciones. Los recursos para la restauración mayormente los aportamos los propios cubanos, aún cuando en 1982 La Habana Vieja fue declarada Patrimonio de la Humanidad”, concluyó el director del Gabinete de Arqueología.

sábado, 15 de mayo de 2010

Los postulados de Charles Darwin



“El núcleo central de la teoría de la evolución no va a ser alterado por ningún otro descubrimiento”, afirma el doctor Vicente Berovides, especialista en genética y evolución


Por Flor de Paz

Charles Darwin hizo una de las contribuciones de mayor trascendencia al conocimiento del origen de la vida: descubrió el engranaje fundamental de la evolución y lo resumió en la más importante teoría científica que aún sirve de sustento a todas las concepciones evolucionistas.

La selección natural, médula de sus aportes, constituye un mecanismo de transformación capaz de dar lugar a nuevas especies. Aun cuando ha sido ampliada y mejorada, mantiene íntegra su esencia.
Según la concibió Darwin, se concreta en la capacidad de supervivir de los individuos más adecuados. Hoy, con los significativos avances experimentados por la biología molecular de finales del siglo XX, entra en juego además la habilidad para reproducirse y transmitir genes a la próxima generación.

Esta ciencia recontextualiza la acción del principio darwiniano a nivel poblacional, y no solo en el individuo, explica el doctor Vicente Berovides Álvarez, profesor e investigador de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana.

A partir de las concepciones actuales –acota-, ser eliminado por la selección natural no significa morir. “La imposibilidad de procrear es también una consecuencia de la acción de esta ley”.

Nueva síntesis
Darwin no conoció la existencia de los genes; el descubrimiento de la estructura del ADN (1953) ocurrió más de setenta años después de su muerte. Tampoco pudo prever la función de estas moléculas en el origen de los cambios que él percibió en los seres vivos.

Aun cuando las leyes del checo Gregor Mendel, publicadas en 1866, fundamentaban la herencia de caracteres simples, no establecían la de los más complejos e importantes para la evolución; por ejemplo, los relacionados con la habilidad de los individuos para reproducirse.

El trabajo de Mendel fue incomprendido hasta 1900, cuando ocurre un redescubrimiento de sus teorías. Entonces –agrega el doctor Berovides- se supo que los caracteres complejos sí tenían herencia mendeliana, pero no exactamente cómo él la había formulado.

Sobre esos presupuestos, y con el desarrollo alcanzado por la genética poblacional, respaldada por otros conocimientos predominantes en la década del treinta del pasado siglo, surge la teoría sintética de la evolución o postdarwinismo.

La también llamada nueva síntesis restableció la teoría original de Darwin sobre las firmes bases de la genética experimental y las estadísticas demográficas.

En la época en que el científico inglés formula su teoría, la clave estaba en el individuo y en los caracteres hereditarios. Al desarrollarse la teoría sintética se llega a la conclusión de que lo importante para evolucionar es la población y que las unidades que se transmiten a la próxima generación son los genes, no los caracteres.
La sistemática, que era una ciencia relativamente desarrollada entonces, también apoya la evolución y, sobre todo, los descubrimientos paleontológicos, evidencias de ese fenómeno. En el siglo XIX fueron hallados muchos fósiles de dinosaurios, demostrativos de que el mecanismo propuesto por Darwin era el más acertado.

“Se sabe, por evidencia fósil, que los reptiles se pudieron transformar en mamíferos y que otro grupo de reptiles, que eran dinosaurios, se convirtieron en aves. Asimismo, un grupo de monos evolucionó a humanos”, argumenta el profesor Berovides.

Una tercera ciencia apoya el postdarwinismo o teoría sintética: la biología molecular y, más específicamente, la genética molecular. Gracias a ella se descubre la estructura compleja de los genes y se concibe una posible evolución molecular, mucho más compleja que la de los organismos. Pero como las moléculas están controladas por los genes y están dentro de los organismos, al final lo que evolucionan son estos, junto con sus genes, sus moléculas y sus caracteres.


El equilibrio puntuado
Los evolucionistas que apoyan la teoría de Darwin reafirman que las nuevas especies aparecen en forma gradual y a partir de otras preexistentes; los llamados saltacionistas opinan que estas aparecen y desaparecen súbitamente.

No hay contraposición entre ellas. “Después de mucha discusión se acepta que ambos procesos pueden ocurrir, dependiendo del carácter y de la especie. Por ejemplo, los homínidos se hicieron bípedos de forma gradual, pero la adquisición de un gran cerebro ocurrió como un salto (sucede en una sola generación y consiste en un cambio genético significativo que da lugar al surgimiento de una especie)”, explica el científico cubano.

El saltacionismo, que se opone a la teoría darwinista de la evolución gradual, fundamenta el nacimiento de la teoría del Equilibrio Puntuado o Puntualismo, debida a los aportes de Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, eminentes paleoantropólogos estadounidenses.

Pero el propio Stephen Jay Gould, apunta: “La selección natural de Darwin es una teoría para fabricar diseños sin necesidad de un diseñador; hecha a la medida para pulverizar uno a uno los argumentos de cualquier creencia antinatural. La predicción clave de la teoría se ha confirmado en tiempos recientes: la prueba más contundente es la universalidad del código genético”.
No hay dudas, la teoría de Gould y de los evolucionistas biológicos moleculares modernos, reposa firmemente en el darwinismo.

La evolución como resultado de la selección natural planteada por el genio inglés tiene tal alcance que fue capaz de asimilar sin dificultad las reglas básicas de la herencia mendeliana y el descubrimiento de la estructura atómica del ADN, quedando reforzada, cada vez más, por los avances de la genética.
El núcleo central de la teoría de la evolución -los mecanismos por mutación y selección natural-, básicamente no va a ser alterado por ningún descubrimiento, señala el doctor Berovides Álvarez. “Aun cuando puedan hallarse nuevas explicaciones acerca del surgimiento de la variación genética y otros métodos de acción de la selección natural y de la transmisión hereditaria, tal como la horizontal o de una especie a otra”. (Publicado en Juventud Técnica)